domingo, 13 de julio de 2008

Diálogo entre dos superdotados

burren modo "círculo vicioso"

Julio está mirando atento, sentado desde su sofá, el programa de televisión “Pasapalabra”. La jugadora azul va a empezar a jugar en esta prueba por primera vez y empieza, lógicamente, por la letra A:

-Empieza por A: Capital de Turquía – reta el presentador.
-Armenia – la jugadora azul contesta con poca certeza.
-¡No!

El público abuchea con lástima a la torpe jugadora hasta que el presentador, el joven presentador, dice:

-Armenia es un país… la respuesta es Ankara.

Julio comienza a reír a carcajadas. No se lo puede creer. Él, que estuvo un año entero estudiando en Estambul, no da crédito a lo que ve y escucha. Llega al comedor Rafa, que se sienta a su lado, preocupado.

-Tío, no paro de cagar mierda todo el día – dice Rafa sin saludar previamente.
-La tía esta que está lobotomizada o algo, ¿sabes lo que le acaban de preguntar? – pregunta Julio haciendo caso omiso a Rafa.
-El caso es que mear mear… meo más bien poco…
-La primera palabra del rosco, tío, además, que las suelen poner facilillas…
-…y es bien extraño, porque beber bebo mucho pero creo que no logro extraer de mi organismo todo el líquido que consumo.
-…y va y le preguntan por la capital de Turquía.
-Por contra, comer… no como mucho, como tú bien sabes...
-Turquía, tío, Turquía, que no es Sri Lanka ni Zimbawe…
-…pero me paso el día cagando. Cagando mierda marrón oscura casi negra.
-… es Turquía. Y va la tía y dice “Armenia” con un tono que parece que lo esté preguntando la jodida.
- Tío, Julio, yo no como todo lo que cago.
- La cara que se le ha puesto cuando ha oído el sonido de “fallo” y el público la ha abucheado.
-Y con todo esto que pienso…
-¿Piensas cuando cagas, no? – pregunta Julio, que empieza a preocuparse por su compañero sin dejar de prestar atención a la televisión.
-Sí, pienso cuando cago. Bueno, con todo esto que pienso he elaborado una teoría para el proyecto de la carrera de Física…
-¿Para qué asignatura? ¿O para el proyecto final de carrera?
-Para “Materia de Condensación”. Mira – se saca una libreta garabateada y comienza a mostrarle las fórmulas mientras le da una explicación – A este ritmo, cagando más de lo que como y meando menos de lo que bebo, he calculado que mis células van a licuarse y condensarse progresivamente según las cantidades, en kg, de lo que semanalmente coma, cague, beba y mee. En estas tablas iré poniendo los resultados diarios para más tarde unificarlos todos semanal, quincenal y mensualmente, por el momento…
-Lo que provocaría en tu cuerpo sería una pérdida de volumen considerable y seguramente al principio seas más espeso que las arenas movedizas del Amazonas.
-Sí, pero al cabo de… digamos unos seis meses… o inclusive un año entero, podría mezclarme con otro tipo de líquidos e intentar llegar a ser agua. Be water, my friend.
-Hostias Pedrín. Emularías al mismísimo y mítico, casi me atrevería a decir mismítico Bruce Lee – se quedan los dos con la boca y los ojos muy abiertos y asintiendo muy lentamente – Pero morirías muy pronto, seguramente.
-No tiene por qué.
-En cuanto te condenses lo suficiente tus órganos van a ir de viaje por todo tu cuerpo, por muy líquido que sea. Además, ¿qué me estás contando, tío? Piensa en lo que estás diciendo.
-Ya lo he pensado – en ese momento Rafa se pone triste y mira el suelo - Lo he estado pensando durante estos seis últimos meses desde que regresamos de Turquía. Concretamente, unas siete horas al día. Todos lo días.
-¿Todos los días, tío? ¿Y de dónde sacas el tiempo?
-Del cagar.

Los dos se quedan muy callados. La televisión sigue emitiendo:

-Empieza por M: orinar, mear – pregunta el presentador.
-Lo que necesito hacer yo – dice Rafa.
-Miccionar – dice el jugador rojo.
-Sí. Empieza por N:…
-¿Has hablado de esto con algún médico o, mejor aún, con tu tutor? El señor Rodiel tiene muy buen cerebro… - sugiere Julio.
-Sí. El médico me dijo que tomaba drogas y que no volviera por su consulta para tomarle el pelo, que tenía mucho trabajo. Y Rodiel lo consideró interesante pero me dijo que ese hecho podría no suceder nunca y que en lugar de hacer una investigación sobre mi licuación corporal debería hacerla sobre el por qué cago más que como y meo menos que bebo, y que ese sería un trabajo para un biólogo o un médico.
-No te preocupes, Rafa, yo desde hace años meo más que bebo y cago menos que como y no me he notado nunca ni más duro ni con peor olor ni nada por el estilo. Además, he leído que eso es bueno para el sistema excretor. Por lo tanto, tu situación también puede ser positiva para tu organismo, ¿no crees? Además, eso sería fusión, de sólido a líquido, no condensación ni licuación.
-Julio, estudiamos Física y aun suponiendo que no la estudiáramos, todo es relativo.
-Eso es otra asignatura. Mira, ¿por qué no empleas la investigación para Teoría del Relativismo?
-Claro, así, aunque sepa de antemano que no me convertiré en líquido lo puedo suponer.
-Ahí lo tienes. No vas a morir, el trabajo te servirá… - anima Julio.


Rafa no contesta, mira un punto fijo en la estantería de al lado de la televisión.

-Bueno, ¿qué dices? – pregunta Julio.
-No sé… – se levanta – Voy a cagar y me lo pienso.

sábado, 31 de mayo de 2008

El Perfume del Mal

burren modo "herbolástico"

- ¡Guapa, que si me bajo te las bajo!
- No tienes por qué ser siempre así con todas las muchachas que pasen, Martín.
- No, Ramón, si al final va a resultar que eres maricón.
- No digas tonterías. Yo, maricón… Acaba con la mezcla que voy a avisar la grúa para que suba ladrillos.
- Si ya son las diez y cinco, vámono a casa, hombre.
- ¿Y qué hacemos con la mezcla?
- Pues la dejamos aquí. Si vamo avanzaos en la construcción. La entrega de llaves dicen que será en septiembre: estamos en abril y sólo nos quedan dos pisos, hombre.
- Pues tienes razón, y además llego tarde a la tienda – Ramón y Martín se ponen los cascos y se dirigen al elevador – De todas maneras no me gusta un pelo dejarme el cemento ahí, tan al aire libre.

Martín acciona la palanca “descenso”.

- ¿Cómo es que también trabajas en una tienda, ahora, a las diez de la maana, que has estao toda la noche trabajando? – pregunta Martín.
- Pues mira, entre la hipoteca del piso y el coche, me dirás.
- Si es que la vida está mu mal.

Cuando llegan abajo, fichan y se despiden. Normalmente a Ramón le da tiempo de pasar por casa para ducharse pero hoy se le había echado el tiempo encima. Va directamente a la tienda medicinal (herbafarmacia) “BuenasYerbas”, su lugar de trabajo, pero antes entra en una perfumería, coge el primer frasco que difumina buen olor y se lo pone en las axilas. Comienza a notar una cierta brisa montera y empieza a sentir que las líneas de la mano se le enredan entre nudo y nudo. Pestañea y todo vuelve a la normalidad. Lo achaca a la falta de sueño y decide hacerse un café rápido en un bar. Mientras se lo bebe se acuerda de la etiqueta del perfume “DNA”. Con el café en el estómago y la cafeína en la mente cumple sus seis horas como dependiente. Se va a casa a cenar y a acostarse bien pronto.
Al días siguiente, sale de su casa y ve que en su jardín han crecido varias setas, muy pequeñas ellas y aparentemente venenosas, aún por desarrollarse. Esa misma tarde, al entrar en la herbafarmacia comienza a notar picores en las axilas. Su cabeza entra en un profundo dolor que aumentaba con cada sonido brusco. Va al baño, despacio, y se moja la cabeza de arriba abajo y , en menos de dos segundos, su cabeza vuelve a estar seca. Siente que tiene que poner en tensión la clavícula y los brazos hasta que, finalmente, se escucha un “¡pop!” como de una palomita de maíz cuando toda su esponjosidad queda libre. A raíz de ese primer “¡pop!” le suceden muchos más, hasta que el pobre hombre se desmaya.
Cuando despierta abre los ojos inmediatamente pero no ve nada. Oscuridad tan solo. Intenta mirar su reloj, porque no se acuerda ni de la hora ni del día que es pero, al intentar mover el brazo y la cabeza, se da cuenta de que está atrapado y sin poder moverse. Sin embargo, su tranquilidad es total ya que no precisa ir al baño y no siente el más mínimo hambre. Sabiendo esto, se dedica a dormir lo que a él le parece largos intervalos de tiempo.
De vez en cuando recibe humedad proveniente de arriba. Esto, aunque parezca mentira, le refresca y, poco a poco, se acostumbra a este tipo de vida. Comienza a calcular que cada dos o tres humedades se pasa un día entero. Se concentra tanto que logra dormir entre humedad y humedad despertándose justo antes de dicha humedad para disfrutarla en su cabeza, su cuerpo y, finalmente, sus pies.
Un día normal (es decir, con tres humedades), escucha el sonido como de algo arrastrándose. El sonido va acercándose lentamente cada vez más. Algo le golpea la cabeza pero sin dureza ni violencia aparente. Nota cómo tiran de él hacia arriba y observa a dos hombres vestidos con mono azul, guantes y tijeras:

-Ya está para descuartizar y vender. Hay que limpiar la tierra y plantar a otro.
- Éste aún está un poco verde – dijo otra voz.
- Llevamos prisa, así que deprisa.

Ramón no se puede mover pero cuando le quitan las setas que le han crecido en el sobaco durante esa larga estancia en el país de relajación, asfixia y claustrofobia.
Le parece que le arrebatan la vida a sus más preciados hijos y que, aunque no los ha visto nunca, sabe que son fruto de sus entrañas.

domingo, 18 de mayo de 2008

Diario de Polonia

burren modo "belicismo"

Día 30 de junio de 1941:

Hoy hemos llegado al campamento de Koldichero, Polonia. Mi pelotón está dirigido por un sangriento sargento llamado Fernando Gutiérrez Bravo. Consiguió trece medallas gracias a los méritos que demostró durante la guerra civil luchando contra la República el muy cabrón. Es muy buen militar pero como persona es detestable: no duda en asesinar a toda una familia si desconfía lo más mínimo. Como ayer, en una pequeña aldea judía, que fusiló a tres niños y sus padres porque vivían en la miseria y eso, según él, es intolerable. No me pareció bien que actuase de esa manera, ya que nuestro objetivo en estas tierras, tan lejos de nuestro hogar, son, otra vez, los comunistas. Me veo en la obligación de luchar ahora contra quienes antaño simpatizaba, en los felices años de nuestra Segunda República. No tengo elección.
Samuel García, un soldado de artillería, ha hecho de traductor simultáneo alemán-español, dándonos así las órdenes que debíamos cumplir en la Operación Barbarroja.


Día 7 de julio de 1941:

Me encuentro ahora mismo, mientras escribo estas líneas en la libreta, escondido en una trinchera, escuchando los atronadores estallidos de bombas y gritos de seres humanos. Todo el pelotón esperamos a que el sargento Gutiérrez (que además de sargento es francotirador de asedio) elimine a un francotirador soviético. Los planes que tiene son que alguien se descubra para que el francotirador ruso le dispare y, así, descubrir su posición. Para ello ha enviado a un soldado raso vestido de cabo. En menos de dos minutos ha sido atravesado por una bala y en menos de dos segundos después, nuestro sargento ha abatido al francotirador enemigo con un disparo entre ceja y ceja. Un sanitario ha ido corriendo hasta nuestro hombre, pero sólo le ha puesto morfina para que muera dulcemente. Hoy es San Fermín y yo aquí, haciendo la guerra de los fascistas en lugar de jugar con las bestias vacunas. Qué frío hace.

Día 21 de julio de 1941:

Ayer, al fin, pudimos realizar un avance estratégico eliminando unos cien rusos con nuestra artillería. Los cogimos de sorpresa: fuimos por detrás de ellos, rodeándoles, y dejamos una mina antipersona en la misma puerta de la carpa donde estaban. Al explotar se abrió un boquete en la pared y la Lutwafen alemana remató la faena desde el aire. Ha sido una gran estrategia improvisada del sargento Gutiérrez. Los pocos soviéticos que han quedado vivos han huido quemando las casas y dejándonos prácticamente en la intemperie. Presiento que vamos a tener que volver por donde hemos venido.

Día 3 de agosto de 1941:

La munición y el alimento escasean, por no mencionar el cansancio acumulado, el frío y la jodida técnica de la tierra quemada de los rusos. En el horizonte se distingue una multitud de enemigos superiores en número a nosotros. Creo, sinceramente, que si ganamos esta batalla no seguiremos mucho más adelante.

Día 5 de agosto de 1941:

Estamos acorralados en una ladera. Se habla mucho de que mañana van a entrar a tomar prisioneros, pero Gutiérrez dice que nada de eso, que resistiremos hasta el fin.


Día 8 de agosto de 1941:

No sé cómo todavía, pero hemos vencido. Estábamos, dos días antes, disparando, hiriendo y asesinado cuando, de pronto, oímos el salvador ruido del Messencher 109, caza alemán, sobre nuestras cabezas. A todos se nos puso el empeño en el corazón de salir a por ellos. El sargento Gutiérrez dejó su rifle y se encaminó vertiginosamente y sin intención de esquivar las balas hacia las trincheras enemigas con una navaja cogida por los dientes. Lo han abatido, pero hemos vencido. Y esto es lo que más me molesta.

lunes, 12 de mayo de 2008

This is England

burren modo "correspondencia"
Querido Mángris:

Al fin me he decidido a escribir una jodida carta, colega. MCETLP siento el retraso pero la realidad es que aquí el ritmo de vida es bastante desgarrador. Desgarrador porque se te desagarra el ojete del culo de tanto pan de sandwich integral que te metes por la boca. Es lógico, comes por la boca, cagas por la otra boca, por la de cagar.
¿Qué tal, Mángris? Espero que esta carta llegue a nuestra ciudad después de mí, porque a saber cuando encuentro un Post Office de esos raros de cojones y a ver cuán haches de pe pueden llegan los ingleses a ser en cuanto al tema de la jodidas perras. Cuando digo perras quiero decir dinero, no pienses como tú. No seas como tú al leer esta carta. No la interpretes… o sí, pero contesta a una pregunta primero:






¿Cuál fue la última carta que voló por le mundo? Sin duda, la carta de algún costroso que haya escrito en la lejanía y lozanía de unas tierras que creía infértiles para un futuro futuro. Pero también tiene cosas que te joden, como por ejemplo el hecho de que casi nadie conozca ninguna jodida cultura más que la suya propia, porque aquí todo el jodido mundo va a su jodido rollo. En el jodido Underground de los cojones, por ejemplo, la jodida gente corre, las ancianas corren, tú sientes miedo de que alguna jodida anciana con los rizos recién hechos se eche al suelo diciendo que tiene una jodida bomba. Joder. No ha pasado, pero también espero no ocurra. Fuck. Pues eso. Te voy a remitir en el anexo nº1 (al que a partir de ahora llamaremos n1) encontrado en un papelutxo que data de V/ X/ MMVII y no tiene título:

n1

“Anoche cuando no llovía,
Hacía una horrible humedad,
A las seis de la mañana
El cielo comenzó a clarear,
Era un azul medio verdoso
Un verde muy azulado
Que llenaba todo el ambiente
De aire limpio y reluciente.
A cinco minutos del alba
Mis ojos anochecieron para sí mismos
Inyectaron porciones de calma
Cubriendo de sueños mis delirios.
Seis horas después, justo a mediodía,
Amaneció de nuevo,
Pero solamente en mi cuerpo
Entonces, sucedió…
Las hadas sin alas miraron,
Las hadas sin alas pactaron,
Las hadas sin alas hablaron,
Las hadas sin alas me despertaron.”
Fin del n1

Bien, hay que aclarar esto. Aquí estaba en el pafeto de turno y me dio la vena y tuve que escribir esa cosa tan rara hasta que unas gallegas, que están en el viaje también, se me quedaron mirando, joder. Que miren a sus viej… Eso. Cambiando de tema radicalmente, vi una camiseta en la que ponía “If you think I’m a bitch, you wait to meet my mother”. Era buenísima, pero fuck.
Eso, ahora mismo es día 17 de octubre de 2007, y son las 02:47am en nuestro hogar. Yo estoy como en Canarias, y no precisamente por el clima. Mira te voy a relatar mi estancia en tercera persona con el anexo nº 2, o n2, que es del mismo papelutxo que el n1:

n2

“Un trozo de carne y de queso importado, todo eso ente otros dos trozos, esta vez de pan, fue lo único que vieron sus ojos antes de tragar, pero había lo de siempre, y Gróuben (Gróuben soy yo) engulló todo lo demás sin siquiera mirarlo. Una especie de zumo instantáneo cuya dependencia hacia él psíquica y mental era similar a la del “tomacco” de los Simpsons.
Después del desayuno, encaminóse Gróuben hacia las calles participando gregariamente en una especie de ritual de curiosidad, llamado escuela, que consiste en ir a aprender más… o a pasar el rato. Allí, durante tres horas estuvo prestando atención a un profesor, Steve, que además de enseñar, era gracioso y estaba obsesionado con que leyeran textos sobre espías, y sobre 007 en concreto, estaba realmente afectado aunque no lo aparentara. Les hacía repetir los números siempre tres veces. Del uno al x, y cuando llegaban al seis y decían “Six, six, six”, él respondía “The Number of the Beast!”. Eso cada clase. Una vez Gróuben le dijo que “Six, six, five, the Neighbour of the Beast” y él lo hizo repetir a toda la clase. Estaba enfermo.
Cuando acabaron las clases, Gróuben se transportó literal y metafóricamente por muuuuchos colores yendo a parar a “Altab Ali Park”, en el barrio de Whitechapel, donde Jack el Destripador acabó con muchas vidas y donde hoy día se pueden ver algunas tumbas.



Otro día, Gróuben visitó el Parque Verde. Césped verde por doquier, en el que Gróuben se puso a dar volteretas. Y es que aquello era demasiado para él. Se sentía en un lugar donde los árboles no tenían que competir, ellos con hojas, contra los humanos, estos con colillas, porque ninguno de ellos ha logrado poner un pié allí desde que el sol se vistió de verde en un día de igual luminosidad que puede ser el prestigioso aroma que desprende todo lo que el verde desprende. Allí se quedó durante horas.”

Fin del n2

Estoy pensando que mejor te la envío por e-mail.
Continuará.
A continuación, Mángris, te voy a relatar lo que ha sucedido así extrañamente porque me lo voy a inventar mientras vayan surgiendo las palabras de mis dedos y que se llamará n3:

n3

“Gróuben estaba de nuevo en un sitio verde, esta vez no era el Parque Verde, era otro lugar más pequeño, pero de igual sonoridad visual. Allí almorzó lo poco que quedaba en su mochila. Galletas, jamón serrano*, pan del de cagar, papas Lays, que aquí se llaman Walkers (no comprende nadie el por qué) y agua en botella de litro. Después de eso, encaminó sus pasos hacia el Museo Británico, en el que ya había estado dos semanas atrás. Esa segunda vez fue una visita corta, el tiempo justo de ver por lo que le faltaba de la zona griega, donde recordó e imaginó portadas de libros de cultura clásica. Después vio la piedra x, (donde x véase luego obtendrás el nombre) la cual le regaló su última letra, Ώ'. Esa letra yacerá por siempre en el pantalón vaquero de Gróuben.
Otro día, mucho antes a eso, Gróuben visitó el Museo/Casa del psicoloco de Freud. Vio su diván, bueno el de sus pacientes, un árbol genealógico de la familia, una máquina de tejer, sus libros, sus libros que no escribió él, tres libros que estaba permitido tocar, y escribir, una viejecita francesa, una mujer inglesa y un hombre que con media cara quemada era portugués y todo. Allí, Gróuben adquirió una cajita muy bien decorada con juanolas dentro. Pero las juanolas eran diferentes. Allí eran blancas y redondas en lugar de romboidales y negras.”

Fin del n3

Estoy en casa, he llegado hace apenas 3 horas. No he encontrado tiempo ni lugar para escribir últimamente, espero que hoy te escriba un poco más, con el n4. Data de II/X/MMVII y sí que tiene título:

n4

YOU’RE THE BEST AND THIS IS NOT A FILM:

“Tu manera de abrasar.
Tus dos grandes perlas
que ahí llevas, como el mar
Paseándose por la tierra…
Me empieza a matar
desde tu más oscura marea
creando una batalla tal
Que hasta luces caen, y tormentos.
Has estado expectante
con tus dos joyas, mirándome.
Mas yo hice y hago lo mismo
en cada preciso instante.
Puede que sean tus labios.
Quizás tú, realidad desbocada,
pero esa manera de penetrar
Me consume todo el alma.
Y ahora no puedo despertar.
Me has robado el sueño
y te has metido ahí dentro
para poderte imaginar
en cada oscuro deseo.”

Fin del n4

Eso lo escribí en el jardín de la casa de mi mujer (la mujer con la que vivía, entiéndeme) una noche acabaditos de llegar de un tugurio de West Hampstead, un barrio que quedaba entre Wembley Park y Queensbury¨¨. En ese tugurio apareció una chica, a la que no podía dejar de mirar en la escuela, y vino directamente a mí, con una amiga. Me habló, estuvo diciendo “Perfect” a cada respuesta que le daba a sus preguntas con un tono que además de sensual, femenino y singular estaba entremezclado con unos ojos cuyo color es imposible recordar desde el primer día. Cuando creía ver el color de sus ojos, il mio cerebro dejaba esa faena y se ponía modo drogadicción de productos subcutáneos de demás yonquis y drogodependientes. Era un jodido amanecer en el punto más remoto del sistema mundial de conocimientos y causas del atontamiento global del planeta. Sublimes. Ella tenía una fragancia fresca y relajante, bonita, sin embargo la fragancia de su mirada era mucho más poderosa que todo eso. Era el continuo fuego que desprende una vela lo suficientemente hermosa como para iluminar el sistema solar durante miles de años. Posiblemente hasta la mismísima Venus le tenga un poquito de envidia. En fin, diosa de la noche marchó a su país, Italia, dos días después.





n5

“Gróuben se levantó, se cepilló los dientes, se tomó un café y unas tostadas de jamón serrano, queso, y aceite de oliva exquisitas. Ese día, visitaría él sólo Westbourne Park. Cogió la línea gris hasta Wembley, ahí la morada hasta Baker, y ahí la rosa. Pero primero tocaban las clases. Salió de casa escuchando a los irlandeses The Cranberries, mientras caminaba hacia la estación. Esa vez no fue por el atajo, pero cogió el autobús al lado de su casa, que lo dejó en la estación de metro. Allí lo de siempre. Gente, gente y más gente. Muchos corriendo, pocos andando, todos tropezándose, todos diciendo “Excuse me”… hasta los cojones acabó Gróuben del “ixkiúsmi”, escrito de esa manera orientándolo así hacia la pronunciación castellana. Llegó a la escuela cogiendo otro autobús en Finchley Road. Cuando llegó, fue directo a clase. Estaba Mark de profesor, un hombre inglés que sabía bastante castellano aunque casi nunca hablara en ese idioma. Le gustaban los chistes y hacer teatro en clase. Hablaba despacio, por lo que Gróuben le entendía correctamente menos alguna palabra clave. Gróuben escribió junto a Ming Woo (coreano) una historia sobre un cura que se casaba con una serpiente, la cual sólo está en inglés.


No dio tiempo a más, salvo a perderse y “empatar” (como decían las gallegas) las noches no durmiendo y haciendo tiempo en las paradas de metro o inclusive en un autobús cuyo destino desconocía y que, a pesar de ello, no me importaba viajar. Pero luego, claro, llegaba a un punto lejano y tenía que coger el metro para volver a casa bien entrado el día. Y un día cualquiera, como aquel, me abrazaron y me dijeron Good bye. Me metieron en un avión y me devolvieron a nuestro hogar.

Muchos robles por aquí

burren modo "campillo"

En una tierra lejana, entre la antigua Yugoslavia y la parte más al este de Italia, nacieron dos estados sin fronteras hace más de cinco milenios. Estaban unidos entre sí y, sin embargo, eran opuestos. Su existencia pasó inadvertida por la mayoría de la población humana. Estos dos estados se llamaban Jauja y Babia.
En el primero no había gente que no parara de bailar y reír. En cambio, la gente acudía a Babia cuando ya no podían bailar ni reír más. Iban pues, a descansar. Sin embargo la existencia de estos dos estados separados y unidos, no duró más de cinco días, a lo sumo, con sus cuatro noches. Se complementaban opuestamente el uno al otro inclusive en el clima: en Babia los días eran calurosamente sofocantes, nunca anochecía. El sol radiante impregnaba con sus rayos rojos anaranjados amarillamente todo el paisaje del estado. La tierra seca se secaba más todavía. Los animales buscaban a la desesperada agua con la que poder paliar el bochorno corporal masivo. Pero no había suficiente líquido elemento para todos ellos. Lo que sí había eran colas. Colas de muchedumbre expectante. Unas colas tremendas en las que la piel de la gente se tostaba pasando por la quemazón inicial y el posterior cambio de piel similar al de las serpientes.
En Babia jamás anochecía y el calor era el amo y señor que regentaba el superpoblado estado. Pero si una cosa buena tiene el calor es que produce sueño. Al menos en Babia, el calor produce mucho sueño. Sus habitantes nómadas la visitaban principalmente para dormir. En cambio, Jauja se distanciaba metafísicamente del aspecto de su hermano siamés, geográficamente hablando, en casi todo excepto en las colas. Había colas por doquier y en cualquier dirección. Por lo demás, como el Jing y el Jang. Polos opuestos. Blanco y negro. Maniqueísmo en estado puro. Y anarquía. La gente bailaba, reía a carcajadas, lloraba, bebía, corría, saltaba, fumaba, se apasionaba, se agitaba, se besaba, no paraba. Y es que esa la única ley del país gobernado por esta anarquía pasajera: no estarse quieto nunca jamás. De lo contrario, una ambulancia fletada por un pacto de colaboración entre Jauja y Babia transportaba a los ciudadanos de un estado a otro. Y viceversa. Las personas que se agitaban mucho en Babia eran llevados rápidamente a Jauja para respetar la otra única norma, esta vez de Babia: como habréis imaginado, allí no se podía armar escándalo, hecho que algunos quisieron ver relativo y que manifestaron ese agravio relativista gritando cosas como “¡cuerda!” y similares expresiones, eso cuando no pegaban un grito ausente en cualquier diccionario. Esto es o, mejor dicho, fue, Jauja y Babia. Pero comenzaré la historia por el principio.


“Llegaron a Babia Willi, Barragán y Lolita en su carromato compartido. Era casi medianoche, sus seis compañeros (Andrea, Mohamed, Josep, Clara, Mara y Tana), les estaban esperando allí y ya tenían ganas de dejar los trastos en el campamento base establecido de una forma entre precaria y muy precaria para encaminar sus pasos hacia Jauja. Una vez montadas las cabañas comenzaron a beber y a disfrutar allí mismo, en zona babinícola, de las canciones que cantaban imbuidos por el placer en reposo de pensar lo bien que lo iban a pasar en Jauja:

Somos balleneros,
llevamos arpones,
mas como aquí en Babia no hay ballenas
cantamos canciones.


Mamá se llevó las pilas.
¡Qué caradura!
Mamá se llevó esas pilas
que tanto duran.

Estaban pasándoselo tan bien que se olvidaron por completo de respetar la única norma de Babia: no armar escándalo. De repente y por sorpresa apareció una diligencia blindada que derrapó al lado del campamento base y los caballos frenaron en seco. De él salieron policías vestidos entre guardabosques y antidisturbios con trabucos cargados de pólvora. Fueron tan rápidamente hacia ellos que no pudieron reaccionar. Los cogieron violentamente uno a uno tirándoles las copas al suelo y cogiendo las botellas para meterlas en bolsas. Con cuerdas fueron atándoles las manos y los subieron a la diligencia junto a las dos bolsas que cogieron del campamento. Atrás montaron dos policías, que apuntaban a los compañeros.

-¡En marcha! – gritó uno de los policías de atrás después de cerrar bien la puerta.

Durante el camino ningún compañero habló. El copiloto, en cambio, comenzó a hablarles desde fuera.

-A ver muchachos, ¿de dónde sois vosotros? – preguntó sin dejar de mirar el camino de tierra.

-De Ulán Bator, por lo menos.

-Por lo menos… perfecto. Pues os explico – el copiloto se puso fraternal con los compañeros – la norma es la misma en los dos países, pero al revés. En Babia no podéis hacer lo que estabais haciendo. En Babia se descansa. Y como mucho te mojas el pelo. Si queréis hablar alto o beber – se giró hacia ellos – como estabais haciendo, tenéis que ir a Jauja, que para eso está. ¿O es que os creéis que las cosas las hacemos sin pensar?

-No, no… – contestó Willi.

-Calla – le cortó el copiloto – ¿no ves que estoy hablando?

-Sí, sí… – dijo Willi.

-Que te calles, tonto. Como vuelvas a responderme te dejo aquí mismo y a la próxima te empapelo, chaval. ¿Lo has entendido? – silencio – Muy bien. Y vosotros, ¿lo habéis entendido? – silencio – Así me gusta. ¡So! – los caballos frenaron frente a una carpa llena de bandas de música atestada de gente sonriente.

Los policías de atrás los sacaron afuera y les cortaron las cuerdas de las manos. Les tiraron las bolsas al suelo. El copiloto les dijo desde su posición:
-Y cuidadito aquí con quedarse quieto, que ya ha pasado medio minuto desde que os han bajado y estáis ahí parados. ¡Cuerdaaaaa!



Los policías de atrás comenzaron a aporrearles hasta que cogieron las bolsas y se fueron dando saltos hacia una carpa donde sonaba música. Willi sangraba por la nariz cuando pararon, a las puertas de la carpa. Sacaron las bebidas de la bolsa, brindaron y cantaron:

Un barquito
lleno de pastelitos
caramelos y un bombón.

La historia de Nelson y su amigo al que tanto amaba.
Eran más amigos cuantos más años pasaban.

Allí se juntaron con más y más amigos, que bailaban, daban palmas, agitaban sus faldas o sus camisas, arrimaban cebolleta, dejaban arrimar cebolleta, otras no dejaban arrimar cebolleta y discutían mientras bailaban:

-Es que los tullidos no me van.

-Pero… ¿qué me ves de tullido, mujer?

-La cebolleta – dijo gritándole mientras señalaba su bragueta. Se echó a reír como una loca, hecho que aprovechó Willi para intentar arrimar su cebolleta, pero también le salió el tiro por la culata. Después de bailar un poco con ella tuvo que despedirse para infectar su cuerpo con ácidos ilegales. Le acompañaron al abrevadero Lolita y Barragán. Lolita accedió a ese ácido y Barragán negó rotundamente, pero mientras tanto se lió un pitillo aliñado con especias. Sonaba una pianola.

Tiempo después estaban de nuevo donde antes, pero se estaban embabiloniando un poco, de manera que Barragán le pidió a Willi un beso de amigo. Willi no quiso y Barragán se quedó triste. Lolita, que observaba el panorama, le dijo a Barragán poniéndole ojillos:

-A mí también me apetece un beso, ¿me das uno?

-¿Me lo das tú a mí? – preguntó Barragán.

Se formó una espiral de colores alrededor de los dos compañeros mientras los demás les observaban apurando las últimas gotas de sus vasos. La orquesta empezó a tocar un tema popular y todos comenzaron a dar palmas y a bailar: las mujeres y hombres que tenían falda las agitaban folclóricamente, los que no, gritaban cosas como “¡Ole! ¡Dale ahí, niña! ¡Cuerda!”.


Jo tenia un xiqueta,
Que li deien Melic.
Estava en la meua panxa,
açí, açí al mig.

Quan em menge una carxofa
Melic es possa molt feliç.
I es que ara és la hora
d’anar a fer pipí.

Tanto se enjaujaron esa noche que otra diligencia, esta vez de primeros auxilios, tuvo que llevarles de vuelta a Babia. Una vez allí, cada uno durmió con quien buenamente pudo buscando el calor humano en sus propios compañeros. Y así, descansaron, en el perpetuo calor del día babilonio.
Después de setenta y dos horas ora en Babia, ora en Jauja, las autoridades estatales decidieron dar por concluida la peregrinación epicúrea. Lo hicieron como era habitual en estos casos: primero, los antidisturbios tomaron los caminos de acceso al pueblo y fueron dirigiendo a la gente hacia las afueras. Cuando todos hubieron salido rociaron los árboles con un líquido especial ignífugo, y prendieron fuego por completo a los estados.
Todo, excepto los árboles, robles en su mayoría, se convirtió en polvo, y el polvo dio paso a los nuevos caminos que se formaron y que varían cada año. Por ello, cada vez es más difícil acceder a esta peregrinación masiva, sumando también que las fechas pertenecen a un calendario lunar diferente al nuestro. Aun con todo, yo estuve allí este año y no ha cambiado mucho de cómo lo cuentan los escasos nativos que guardan el terreno y que aquí les he relatado.

viernes, 11 de abril de 2008

Relato sobre unos supuestos enamorados

burren modo "antaño"
Sé que alguno de vosotros ya lo ha leído pero siento la necesidad de dejar esto aquí:

“Ya no tengo a la Luna
mas la veo noche y día
con toda su hermosura
en clímax de esplendor.
Si pudiese subir junto a ella,
junto su gozosa compañía,
en las noches estrelladas
sentiría mi alegría.
Ella me mira a oscuras,
yo miro de mi balcón
la alegre melodía
que ilumina al mismo Sol.
Dejó el cielo a medianoche
y un susurro me confesó
que la estrella que buscaba
estaba en mi corazón.”

John dejó la libreta a un lado del escritorio después de reaccionar al sonido de unos pasos provenientes del exterior. Se levantó de la silla y miró por la ventana. Un hombre, a pie, iba por el camino con un gran bolso negro de cuero. El sol le deslumbró. Entrecerró los párpados durante dos segundos, puso la mano izquierda entre el cristal de la ventana y su cara, y con la derecha corrió las cortinas lentamente. Después pensó en leer una frase colocada en la lámpara que tenía allí desde hacía tiempo, pero no lo hizo. Se la sabía de memoria. Se sentó en la silla y la recordó mientras se acomodaba la libreta y la pluma en sus manos:

“¿Por qué no me dices nada ya, dónde te has metido?”

“Si fueras estatua de cera
quemaría las curvas de tu cuerpo
para que en mis manos te derritieras
y formaras parte de mis deseos…”

Dejó de escribir, cogió un sobre cerrado del segundo cajón de su mesa, se levantó y mientras caminaba hacia la entrada de la casa llamaron a la puerta.
-¿Sí?- preguntó mientras abría la puerta.

Enfrente de sí, un hombre vestido con un traje azul y un bombín del mismo color se alzaba con su figura pequeña y endeble en comparación a John, y sin mirarle a los ojos le respondió:

- Soy el Funcionario de Orden Público 131. Le traigo una carta de Monsieur Lebeau.
- ¿Monsieur Lebeau? - John se quedó con los ojos más abiertos de lo
normal.
- Sí, eso he dicho señor. Monsieur Lebeau.
- ¿Y qué quiere? – preguntó.
- Ah, eso no lo sé yo señor. Yo sólo llevo recados de un lugar a otro, de una persona a otra, de una mano a…
- Está bien - interrumpió. El FOP 131 seguía de pie, frente a él, mirándole fijamente - ¿He de darle propina?
- Eso es cosa suya, señor – dijo con una media sonrisa.
- Tenga, tenga - sacándose unas pequeñas monedas, las depositó en la mano del recadero.
- Muchas gracias. Adiós señor- y se fue anotando la entrega en una pequeña libreta. John se le quedó mirando desde la puerta.
- ¡Señor, la carta, se me olvida la carta!- le gritó mientras agitaba de un lado a otro la carta que quería entregar.
- Lo siento señor, tengo órdenes de no recoger ningún documento de usted hasta dentro de dos días - y dicho esto, puso sus pasos sobre el camino de tierra. John se quedó extrañado. Mientras el funcionario se alejaba, Hans, el criado, se acercaba con la compra hecha montado en el burro. Hans alzó el brazo:
-¿Qué hay señor?- dijo campechanamente- ¿Quién era ese hombre?
- Nada, Hans, asuntos burocráticos – hizo una pequeña pausa – Deja la compra en la cocina, da de comer a la cabra, que no se me enfade y ábrele la jaula a la paloma, que se dé una vuelta. Haz el favor, anda.
- Enterado, señor- y se puso a la faena.

Hans fue por la parte de atrás. John cerró la puerta suavemente y se fue a su estudio, donde guardó su carta en el segundo cajón y abrió la de Monsieur Lebeau, lacrada con un sello de la penitencia de Sacalmville:

“Estimado señor:
Me comunico con usted para hacerle saber que sus versos son bien recibidos en mis tierras, pero me veo en la obligación de decirle que ha de escribir sobre otro tema que no trate sobre el amor o sobre el desamor. Lleva más de ciento cincuenta poesías publicadas y todas ellas tienen la misma temática. Haga el favor de cambiar. De lo contrario, tomaré medidas al respecto.

Atentamente, Monsieur Lebeau. 26 de noviembre de 1859”



John se indignó, sobretodo porque Monsieur Lebeau no era ni su jefe ni ningún superior justificado. Simplemente era el Juez nº 22 de la prisión. Se sintió tan enojado que deseó la muerte inmediata del crítico. Cogió la pluma y se puso a trabajar:

“Un crítico me dijo el otro día:
‘Me gustan los versos de su poesía,
pero tienen un solo incoveniente:
Un tema solamente abarca tu mente.’
Le contesté con cierta ironía:
‘Si en este mundo decadente
sólo una princesa me ilumina
¿qué más quiere usted que diga?
Está bien, haré caso a su osadía.
Hablemos de la gente,
hablemos de la vida,
hablemos de la muerte.
Desde que camino sin compañía
la gente mira al suelo,
la gente ya no mira.
Sólo hablan de sandeces, de mentiras,
de política, de engaños y de riñas.
La gente ya no dice «Buenos días».
Observo que se ha marchitado su alegría.
Hablemos de la gente,
hablemos de la vida,
hablemos de la muerte.
Unos locos que forman huestes
roban paupérrimas riquezas,
destrozan miles de vida con vileza,
con el fin de engordar su cuenta
para vivir como inútiles altezas
mientras lejos mueren verdaderos reyes:
Los niños, los hombres y las mujeres.
Esto es hablar de la gente.
Esto es hablar de la vida.
Esto es hablar de la muerte.
Se me está acabando la saliva
¿quiere usted que siga?’
‘No, gracias, es suficiente.
Me dan ganas de llorar al escuchar
estas palabras salidas por azar’
‘Prefiero dedicar todos mis versos,
toda mi poesía, todo mi universo,
a ella, que aunque lejos, me escucha
durante las noches y los días.
Y aunque (ésta) sea una quimera donde viva,
alejado estaré de las zarpas de la osadía,
predicando de mi mundo su reflejo.
Ahora cruce usted aquel puente
que lleva al mundo verdadero.
Que no se le caiga encima
y se tope de repente con la muerte.”


John la firmó, la metió en un sobre, puso las señas correspondientes y la guardó en el segundo cajón, encima de la anterior. A los dos días llegó el FOP 131 y se llevó el encargo. John estuvo esperando alguna respuesta por parte de Monsier Lebeau. Llegó al día siguiente. Llamaron a la puerta. John fue a abrirla. Cuando llegó a la puerta, Hans ya estaba allí, hablando con tres mujeres vestidas igual que el FOP 131 (Funcionario de Orden Público), exceptuando el sombrero.

- Ponga una cafetera al fuego, Hans – dijo John. Hans obedeció inmediatamente.
- ¿Es usted el señor John Heath? – preguntó la mujer que estaba en medio de las tres.
- ¿Quién lo pregunta?
- Soy Jacqueline Cuaresma, jefe de la brigada 12 de las RCO. Hemos venido para hacerle un par de preguntas.
- ¿Sobre qué?
- Es acerca la desaparición de la señorita Mary Heath. ¿La recuerda usted? – John se quedó en silencio mirando un punto fijo. Alzando la vista muy lentamente dijo:
- Era mi esposa…
- Sí, lo sabemos. ¿Se encuentra bien?
- Sí, sí… ¿Quieren pasar? Hans está preparando café.

Las RCO dudaron un momento, pero accedieron a la invitación. La casa empezaba a cubrirse con la fragancia del café recién hecho. Se acomodaron en el comedor, donde cuatro sillas de caoba, una mesa del mismo material cubierto con un mantel verde oscuro cuyos bordes tocaban el suelo por los cuatro lados, una estantería con una veintena de libros bastante anticuados y velas encendidas por doquier lo adornaban. Se sentaron de manera que cada uno quedaba a un lado de la mesa. John enfrente de Jacqueline. Hans sirvió el café prometido. Jacqueline comenzó con el interrogatorio:

- ¿Desde cuándo vive usted aquí, señor Heath?
- Desde hace unos tres años, un poco menos. Mil doscientos veintiún días, para ser exactos – respondió John.
- Mil doscientos veintiún días… Interesante – pegó un sorbo a la taza. Sus dos compañeras la siguieron haciendo lo mismo – Muy bueno, sí, señor. Felicite a su criado por el café. Hacía mucho tiempo que no tomaba un café tan exquisito, y eso que yo siempre he bebido mucho café a lo largo de toda mi vida…– la RCO que estaba sentada a la izquierda de Hans, la 101, se encendió un cigarro puro mientras su jefa hablaba –… cuando me levantaba, café al estómago, cuando desayunaba, otro café, antes de comer, otro, después de comer, más… y así sucesivamente. Se puede usted hacer una idea.
-Sí, me la puedo hacer – dijo con una sonrisa en la cara. Dicho esto, tosió tres veces. La RCO 101 apartó el humo que desprendía su tabaco – No, no se preocupe. No me molesta, es que estoy un poco resfriado.
- Bueno, a lo que importa. ¿Desde cuándo vivía usted con su esposa? – preguntó Jacqueline Cuaresma.
- Nos casamos la semana anterior a su desaparición. Está todo en la declaración que hice cuando denuncié el hecho. ¿Quieren que se la traiga y la leen? ¡Hans!
- No, no es preciso, ya la hemos leído muchas veces. Puede estar tranquilo.
- Entonces, ¿por qué me hacen las mismas preguntas otra vez? – en ese momento llegó Hans a la mesa, se quedó muy quieto al lado de John.
- ¿Desea algo, señor?
- No, Hans, deseaba. Puedes marchar.
- Le interesará saber que la cabra ha desaparecido de su habitáculo y que la paloma no ha regresado desde su paseo de ayer, señor – dijo Hans.
- Estarán paseando, no te calientes la cabeza, Hans, y calienta más café, por favor.
- ¿Alguno en especial?
- No… bueno sí, ahora que lo dices. Señorita Cuaresma, ¿le gustaría probar un café afrutado de importación que me trajo un amigo de las Américas?
- Por supuesto – contestó ilusionada Jacqueline Cuaresma.
- Ya sabes Hans – Hans se fue a la cocina – Bueno, ¿por qué me hacen las mismas preguntas otra vez? No es muy agradable recordar todo aquello, sobre todo cuando todavía no se ha encontrado el cuerpo.
- Queremos comunicarle un hecho que puede dar un vuelco en el transcurso de la investigación. Mary se encuentra en una cárcel de máxima seguridad desde que desapareció – dijo muy rápidamente Jacqueline Cuaresma.
- ¿Qué?
- Ha estado prisionera por un asunto de terrorismo del que sabemos usted no está enterado. Al parecer su mujer trataba con un grupo clandestino extremista que pretendía hacer explotar el Parlamento Francés.
- ¿Qué? – John permanecía con la boca y los ojos muy abiertos. Una mezcla entre incredulidad, odio y esperanza infectaba todas las venas de su cuerpo. Su corazón empezó a golpearle fuertemente en el pecho.
- Resulta que el Juez de Orden Público 21 falleció hace tres semanas, por lo que el Juez nº 22, Monsieur Lebeau, ha tomado las riendas del caso y ha decidido concederle la posibilidad de que usted le haga una visita a su esposa. Eso sí, está un poco molesto por la última poesía que escribió. Es la del crítico, ¿verdad?

John no pudo escuchar más. El café que sostenía en sus manos se derramó sobre el suelo, seguido por su propio cuerpo. En su mente lo veía todo muy blanco, y comenzó a escuchar una voz lejana, que le sonaba un tanto familiar, sin embargo no podía recordar a quién pertenecía. Dijo algo así como:


“Estamos aquí para concederte
un deseo que ha estado en tu mente
desde siempre.
Nuestro único fin es que reposéis
los dos juntos, en el mismo ambiente.
Y si veis que no podéis…
no os preocupéis.
De que sea posible
nos encargaremos nosotros,
personalmente.”

No pudo escuchar nada más. Cuando recuperó el sentido se encontraba tirado en el suelo, la cabeza le daba vueltas y vueltas y sentía como si dos cojines estuvieran comprimiendo sus ideas muy fuertemente. Las tres RCO le miraban fijamente.

- Ya se ha despertado. 111, ves corriendo a por una toalla húmeda – dijo Jacqueline Cuaresma.
- ¿Qué…? ¿Qué ha pasado? – balbuceó entre dientes John.
- Que te has desmayado, querido. Pero ahora tranquilo, que estás en buenas manos – le contestó Jacqueline Cuaresma – ¡111, es para hoy!
- ¡Ya va, señora! – se escuchó desde el lavabo.

En ese momento, Hans, ajeno a todo, irrumpió en el comedor con una cafetera en las manos. La dejó apresuradamente en la mesa y fue corriendo a auxiliar a su señor.

- ¿Qué le ha ocurrido, señor, qué le han hecho estas arpías? – preguntó el criado.
- Nosotras no le hemos hecho nada todavía, Hans – le replicó Jacqueline Cuaresma, recalcando mucho el nombre del criado.

Se produjo una leve batalla de miradas entre el criado y la funcionaria, no duró más de tres segundos, sin embargo sirvió para percatarse ambos de que no se soportaban el uno al otro:

- Prefiero que me lo diga mi señor – contestó Hans.
- Nada, Hans, nada. He tenido un pequeño bajón… de azúcar, posiblemente. No es nada. Además, estas señoras me han atendido. No les reproches nada y sírvenos el café. Tú puedes tomar lo que quieras, pero vete de aquí. Sal del comedor.

Hans le hizo caso y, mientras John se incorporaba y se lavaba la cara, la nuca y las manos, sirvió el café y desapareció. Cuando John comprobó que se cerraba la puerta volvió a la carga:

- ¿Qué han dicho mientras estaba inconsciente, señoras? – preguntó.
- ¿Nosotras? Hemos lanzado un leve chillido histérico porque podría haberse partido el cuello con el suelo. Debería usted haberse visto caer. No ha sido una experiencia muy agradable – contestó Jacqueline Cuaresma con una sonrisa entre los dientes.
- ¿Qué no es muy agradable? ¿Y qué significa eso de que Mary ha estado presa durante estos últimos años? ¿Eso sí que es agradable?
-Tranquilícese, señor Heath. Al parecer, su esposa era una revolucionaria activa que trabajaba sobre todo en el norte del país preparando y hurtando cartuchos de pólvora para combatir a las fuerzas armadas y políticas del Gobierno, ya que formaba parte de un grupo clandestino de guerrilleros y guerrilleras que se oponían al sistema político actual de nuestro país, como le he comentado antes de su desmayo – bebió otro sorbo de su taza – La interceptamos durante uno de los golpes que pretendían pegar en la frontera con Alemania, justamente al norte de la ciudad de Lille. Allí le requisamos diferentes armas de fuego y una multitud de panfletos políticos escritos por ellos mismos en los que acusaba al Gobierno de mil y una mentiras. Eso ocurrió el 9 de septiembre de 1857. Hace exactamente dos años, dos meses y veinte días.
- ¡¿Y por qué nunca se me informó del asunto?! – gritó furioso.
- ¡Baje el tono inmediatamente! Señor Heath, aquí las preguntas las hago yo. Como no se limite a contestarlas me voy a ver obligada a detenerle.

John se calló y la miró fijamente a los ojos.

- Aunque me mire a los ojos con ese tono desafiante, le aseguro que no tiene nada qué hacer. Sólo puede hacer, en las condiciones en las que se encuentra, caso a las órdenes que reciba de mí o de algún superior. Y punto redondo. ¿Ha comprendido?
- He comprendido – dijo en tono bajo John.
-Muy bien. Pues mire, gracias al Juez nº 22 va a poder disfrutar de la presencia de su amada esposa durante dos días enteros. Supongo que le importará saber el por qué de la noticia. Se lo expongo a continuación:
“Parece ser que ser aproxima un golpe de estado por parte de la guerrilla, se ha hecho más fuerte en estos dos últimos años y estamos buscando al cabecilla de los revolucionarios, un tal François Medelim. Si se entera de que su mujer todavía vive van a hacer lo posible para sacarla de la prisión donde se encuentra. De manera que el Juez nº 22 ha pensado que si le ven a usted pasear con ella por algún lugar público, la guerrilla se enterará y pondrá un dispositivo en marcha. Es ese dispositivo precisamente el que queremos desarticular. Y usted va a ser el cebo – hizo una pausa para beber y prosiguió – No puede decir que no, de lo contrario se le acusará de pertenecer al grupo revolucionario y posiblemente sea decapitado en alguna plaza pública. Usted elije. Le quedan las opciones siguientes: seguir escribiendo aquí teorías con una brizna de intentos poéticos mal estructurados, o puede perder la cabeza – le pegó otro sorbo y concluyó – Usted mismo. Buenos días, y alegre esa cara, que a su mujer ya no la salva nadie.”
No hizo falta que nadie les abriera la puerta. Se fueron ellas solas por el mismo camino que habían venido. Cerraron suavemente la puerta y desaparecieron. John se quedó con las manos apoyada en la frente y mirando el mantel verde de la mesa. Estuvo un rato largo en esta postura. El café se enfrió. Entró entonces Hans:

- Tiene usted mal aspecto, señor. ¿Qué le han dicho esas mujeres de moral distraída?

John no contestó. Se limitó a pestañear dos veces y a encerrarse en su habitación. Cogió la pluma y escribió:

“Ganas de matar. Ganas de matar.
Ganas de matarlas. A él también.
Ganas de matar. Ganas de matar…”

Apartó la vista de su libreta y gritó:

- ¡Hans! ¡Ven aquí! – Hans tardó muy poco en aparecer por la puerta.
- ¿Qué desea, señor? – preguntó.
- ¿Han vuelto la cabra y la paloma ya?
- La paloma ha regresado a su hora sin ningún mensaje. Respecto a la cabra, señor… no sé nada. Se habrá entretenido. ¿Quiere que vaya a buscarla?
- No, me hago cargo – y dicho esto se levantó, cogió la chaqueta y se fue tras la puerta.

El ambiente en la calle era húmedo y frío. Serían las siete de la tarde. Empezaba a anochecer. John se fue hasta una duna rodeada de encinas y de robles, cercana respecto donde solía ir la cabra a comer. Allí estaba ella. Cuando notó la presencia de John, levantó la cabeza y fue hacia él. Le acarició las orejas y el cuello. La cabra emitió un sonido de bienestar. John emprendió el camino de vuelta por el mismo sitio que había venido. Junto a la sombra de un olivo de enormes proporciones, reposaba un hombre junto a dos caballos. Le extrañó no haberle visto a la ida y se detuvo a preguntar, ya que en aquella zona no vivía nadie por lo menos en diez kilómetros a la redonda.

- Buenas noches, señor – empezó la conversación John.
- ¿Qué hay, jefe? – respondió desinteresadamente.

John le observó detenidamente y a pesar de la oscuridad producida por la nocturnidad y la falta de luna, pudo ver que vestía harapos, no llevaba calzado e iba sin afeitar.

- ¿No tiene usted donde pasar la noche? – preguntó fraternalmente John.
- Todo lo contrario, estoy aquí de muerte – respondió el hombre.
- ¿Y esos dos caballos? – curioseó.
- Esos dos caballos... ¿qué les pasa?
- ¿Para qué los quiere, si no llevan silla ni… – John rodeó con la vista el suelo de alrededor – nada que transportar?
- Aunque no lleven silla se pueden montar: son mansos. Si los quiere utilizar y que yo le haga de guía me tiene que dar dos francos. Le llevaré hasta Mary – esta respuesta fue como un puñetazo en la nuca de John.
- ¿Qué ha dicho? ¿De qué conoce a Mary?
- ¿Yo? De nada. A mí me han dicho que un tipo como usted se pasaría por aquí y que le transportara hasta Sacalmville. Me dijeron que podrían pasar dos minutos o dos meses, y como yo no estoy muy acostumbrado a la alimentación pues tampoco voy a moverme de aquí, ni a protestar.
- ¿Qué? ¿Quién le ha dado esas órdenes?
- Un sobre, en el que también había dinero. Pero le diré, por si me quiere usted atracar, que el dinero no lo llevo encima.
- ¿Tiene el sobre ahí?
- Tampoco.
- Pues vuelvo en seguida, espere aquí – ordenó.
- Aquí espero.

Dicho esto, John se apresuró y, guiando a la cabra hacia casa, se quedó pensando en las RCO.
“¿Por qué me habrán dado dos días de meditación si ya han puesto a un guía a mi disposición? ¿Será verdad todo eso que dicen?”

De repente, apareció Jacqueline Cuaresma delante de él y lo paró:

- Te has decidido pronto. Esa capacidad de voluntad de poder sólo la tienen los hombres que son capaces de amar de verdad – empezó a acercarse a John provocativamente – Y por lo que veo, tú debes ser uno de esos – le puso el dedo índice en el pecho. John se mantenía callado, no quería entablar conversación con aquella arpía, como la había llamado Hans – ¿Se te ha comido la lengua el gato, poeta? ¿Sabes lo que sé hacer yo con la lengua?
- No, y no me interesa. Ahora mismo sólo quiero ver a mi esposa, así que por favor apártese de mi camino que tengo prisa – y comenzó a caminar velozmente.
- Muy bien, John, me apartaré de este camino, pero no te garantizo apartarme de todos los caminos por los que vayas. Una última cosa: los animales se parecen a sus dueños y esa cabra tuya tiene unos cuernos muy largos – y riéndose malignamente se fue en dirección opuesta.

Intentado ignorarla, llegó a casa. Hans esperaba en la puerta, que se hizo cargo de la cabra. John fue a su estudio, abrió el tercer cajón de la mesa de roble, donde escribía, y sacó una bolsita cerrada con un hilo de palomar. Se fue otra vez de casa. Cuando llegó de nuevo al olivo gigante, el hombre seguía en la misma posición.

- ¿Qué? ¿Ya se ha decidido?
- Tenga – le dio las dos monedas – Ahora, lléveme de inmediato donde esté Mary.
- Pronto se decide usted, pero se ha de colocar esta venda en los ojos: no puede saber adónde le llevo, órdenes de arriba. Usted ya me entiende.
- ¿Cuál es su nombre?
- Etnorac. Sólo Etnorac.

A John le pareció un nombre curioso. Se puso la venda y una vez montados en los caballos, no se produjo ningún tipo de conversación entre Etnorac y John. En silencio, cabalgando al paso tranquilamente llegaron a las puertas de la prisión de Sacalmville, donde dos guardias las abrieron y condujeron a John dentro de la penitenciaría. Etnorac se quedó fuera, esperando. Uno de los guardias le quitó la venda. Frente a John, había un gran hombre vestido con una túnica roja y con una barba negra bastante descuidada.

- Bienvenido, señor Heath. Me puede llamar nº 22. Veo que ha aceptado la propuesta antes de lo burocráticamente esperado. Le comentaré las reglas que ha de seguir para que no le ocurra nada: primera, se la llevará esta mañana y la devolverá dentro de dos días exactamente. Segunda, si en el dispositivo, las RCO deciden detenerla no debe oponerse, así de paso no tiene que devolverla. Tercera, no debe tocar su piel bajo ningún concepto. Repito, bajo ningún concepto. No hay más reglas. ¿Ha entendido todo lo que le he dicho?
- Sí, señor.
- Muy bien. ¡Alguacil! – llegó un guardia vestido de igual manera que los de la puerta – ¿Ya está preparada física y mentalmente la reclusa número 1221?
- Sí, señor. La han lavado, vestido y le han puesto en conocimiento todas las pautas que debe seguir en su paseo.
- Tráigala aquí pues – el guardia se fue – Señor Heath, la señorita Mary está al corriente de todo lo que debe hacer y de todo lo que no debe hacer, así que si usted también lo tiene claro no tiene por qué suceder ningún contratiempo, ¿verdad?
- Verdad, señor.
- Bien. Si se portan ustedes de una manera correcta y adecuada según las indicaciones podrá visitarla una vez cada semana hasta que cumpla la condena.
- ¿Cuánto tiempo le queda de presidio?
- Eso, John, ni se lo he dicho ni se lo voy a decir – sonriendo añadió – Digamos que nunca podrán tener descendencia. Por cierto, ya hablaremos usted y yo del puente que no se me ha de caer encima para encontrarme de repente con la muerte.

La cara de John no podía entender tantas normas en tan poco tiempo, sólo quería verla cuanto antes, acariciarla, sentir su aroma, concienciarse de que estaba bien, que se acordaba de él, ponerle en conocimiento que él sí se había acordado de ella…

- Ah, otra cosa – dijo el nº 22 – se me olvidaba… Tienen reservaba una habitación en el motel Shirardon, en el centro de la ciudad. Quiero que duerman allí por las noches y que paseen durante el día por calles amplias. ¿Queda claro? – en ese momento apareció Mary, custodiada por el guardia de seguridad.

- ¡Mary! – gritó sin poder contenerse John.
-No se mueva de donde está, señor Heath – dejó caer el nº 22.

Mary no respondió. Se limitó a mantener la cabeza gacha y andar con pasos muy cortos. Una lágrima se despidió de la punta de su nariz y cayó al vacío mojando sutilmente el vestido que le habían puesto.

- ¡Mary! – repitió John.
- No grite, señor Heath. Recuerde que se encuentra en una institución pública – dijo el nº 22.

Cuando estuvieron uno al lado del otro, John la miraba a la cara y Mary miraba el suelo. El nº 22 empezó a dar unas últimas instrucciones:

- Recuerden señores. No se toquen y no intenten jugármela. Tenga – le dio a John una carta sellada con lacre – Esto es una carta escrita por mí personalmente para que les dejen entrar en la ciudad a estas horas – John se guardó la carta en el bolsillo de la chaqueta – Si siguen todas nuestras instrucciones no tienen por qué sufrir ningún desagradable inconveniente. Queden con la República. Alguacil, acompañe a esta pareja hasta la salida y proporcióneles otro caballo para la señorita. Cuando lleguen a su destino que se los devuelvan a Etnorac.
– Sí, señor – dijo el guardia. Y dicho esto se fueron los tres, en medio el guardia, mientras John no quitaba el ojo de encima a Mary y Mary no dejaba de mirar el suelo, seguramente sin verlo.

Cuando estuvieron fuera se subieron a los caballos. Etnorac les dio las dos vendas, que se pusieron en los ojos como antes había hecho John. Pasaron dos horas en silencio hasta que el guía les dijo que ya se las podían quitar, devolverles los caballos y seguir ellos solos. Se despidieron con un simple ademán de mano y comenzaron a caminar hacia las puertas de la ciudad.

- ¿Qué te ha pasado, Mary? ¿Por qué no me miras a los ojos? – preguntó con tristeza contenida.

Mary sollozó un poco y se arrodilló sobre el frío césped que iban pisando. John se agachó junto a ella. Fue a cogerla por los hombros pero recordó las normas de no tocarla. Pensó un segundo después que ellos dijeron que no debía tocarle la piel así que la cogió con fuerza por los hombros:

- No me importa qué hayas hecho para estar allí, o qué te hayan hecho esos bárbaros mientras estabas allí. Lo que me importa de veras es saber que sigues viva.
- Quizá sería mejor morir y dejar toda esta farsa – dijo entre sollozos.
- No digas eso, ahora me tienes a mí. Otra vez me tienes aquí. No te pienso abandonar. Me han dicho que te voy a poder visitar una vez cada semana. Podré hacerte compañía, Mary.
- Eso ya lo sé, John. Pero no me compensa sufrir seis días a la semana para disfrutar uno sólo de ellos – Mary se distanció de John.
- ¿Estás segura? – preguntó él. Mary se quedó pensativa un momento, alzó la vista hasta mirarse en los ojos de John y dijo:
- ¡No! – y rompió a llorar. John le dio un fuerte abrazo – Todo es mentira John, todo. No he pertenecido jamás a ninguna organización terrorista. No existe el tal François Medelim. Todo es una prueba que nos están haciendo.
- Y… ¿para qué? – preguntó confuso.
- No lo sé – y siguió llorando, aún más fuertemente. John no acababa de entender lo que había oído. Se frotó los ojos y decidió vivir su sueño aunque sólo fuera por un instante. Miró a Mary, cómo había cambiado en tan solo dos años y medio. Acarició su pelo, su cara, sus hombros, su torso y la besó en la frente, en los ojos, en la nariz y en los labios. Estuvieron besándose un largo rato. Recordaron el amor que los unió por primera vez:
“Dos londinenses que se encuentran en un café de París. Todos los días, Mary tomaba una infusión de hierbas sentada en la misma mesa, sola. Él le escribía poesías mientras la observaba, sin necesidad de mirar la libreta. Desde que la vio por primera vez hasta que se decidió a hablar con ella pasaron dos semanas, eternas para él. Finalmente la abordó con una frase a la que recurría con facilidad en sus diálogos escritos:
- ¿Son suyas o se las han prestado? – le preguntó a Mary. Ésta se quedó un tanto desconcertada.
- Perdone, ¿a qué se refiere?
- A las alas. Es usted un ángel – y a partir de ese encuentro comenzó una corta aunque intensa historia de amor.”

El sonido violento de unas palmadas les devolvió a la realidad:

-Muy bien, John, Mary, muy bien. No lleváis ni diez minutos juntos y ya habéis incumplido una de las órdenes. ¡Guardias! – aparecieron cuatro guardias de la prisión de Sacalmville y los detuvieron – A esta fulana llévenla de nuevo a los calabozos. A él, devuélvanlo a su casa. Inconsciente – un puño metálico se abalanzó sobre su cara y perdió el conocimiento de nuevo. Escuchó las voces de la primera vez:

“No la necesitas a ella,
Para eso estamos nosotras.
Además, ¿de qué te sirve
el cuerpo de una amada
que no puede decir nada?
Pues la cabeza le falta.

Se despertó de sopetón, Hans le miraba fijamente y esparcía agua fría por su frente con una toalla.

-¡Hans! ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Mary? – preguntó mirando hacia los cuatro lados como si quisiera ver más allá de las paredes.
- ¿Mary? – Hans se sorprendió un tanto – Señor, ha sido una pesadilla. Tranquilícese.

John lo miró y decidió no seguir con ese tema.

- ¿Cómo he llegado hasta aquí?
- Le ha traído un campesino, un tal Etnorac. Ha dicho que le ha encontrado desmayado en el bosque, en la duna donde va la cabra a comer y que le ha traído hasta aquí porque, según decía, le conocía de vista, ¿es verdad?
- ¿Que si me conoce de vista? Pues supongo, Hans, supongo… Hazme un café, por favor.
-En seguida – y se fue a la cocina.

Se abrió la puerta y aparecieron las tres RCO con tanta rapidez que en menos de tres segundos ya se habían instalado en el comedor y Jacqueline Cuaresma, sentada a su lado, le dijo en tono muy bajo:

-Como no creo que a una cabeza recién cortada le crezcan cuernos de cabra, podríamos aprovechar ahora que no nos ve nadie y disfrutar de los placeres de la vida, ¿no crees? Y recuerda: si sigues vivo, es porque me encantas, cariño – dijo riéndose. Y se marcharon las tres con la misma rapidez con la que entraron. John estaba con los ojos muy abiertos cuando Hans regresó al comedor con las tazas y la cafetera. John no le dejó ni llegar a la mesa. Salió corriendo de la casa tal y como iba vestido.

-¡Señor, que se le olvida el café! ¡Señor, ¿adónde va ahora?!

John corrió y corrió, desorientado y embriagado por Dios sabía qué. Llegó hasta la duna sin encontrar a Etnorac. Dios varias vueltas desde la duna hasta su casa y desde su casa hasta la duna. Sin embargo, no lo encontró. Se tumbó en lo alto de la duna y por el agotamiento que llevaba en el cuerpo, se durmió.

“¿De veras quieres verla?”

Le despertó una lengua, que le recorría la cara. John dio un respingo y se reincorporó. Era su cabra la que le estaba lamiendo. Se tranquilizó un poco y empezó a acariciar a la bestia. Era de día, el sol estaba en lo alto del cielo. Su aspecto, paradójicamente, era desolador. Su ropa tenía arañazos, barro, césped, sangre… Su cara tenía el mismo aspecto que su ropa. Se enjuagó la boca con su propia saliva y se puso en pie. Dejó a la cabra pastando y se fue para casa. En el olivo gigante ya no estaba Etnorac. Llegó a casa. Hans le había hecho la comida y estaba en la mesa, esperando. No le dijo nada, esta vez fue John quien inició la conversación. Le contó todo. Hans se mantuvo callado desde el inicio hasta el final. Cuando John hubo acabado, Hans asintió con la cabeza y dijo:

- Esas arpías han estado aquí mientras usted estaba perdido y la señorita Cuaresma me ha dicho que si no accede a su propuesta lo lamentará usted.
-¿Cuándo han estado aquí?
-¿Hará un par de horas? La visita ha sido rápida. Han entrado sin hacer ruido, me han inmovilizado, me han dicho eso y se han ido.

John se quedó pensativo un momento y le dijo:

-Gracias por todo, Hans, de verdad. Ahora tienes que hacerte la maleta. Coge el burro y desaparece de aquí para siempre.
- Pero señor…
- Cállate y escucha: te daré dos cientos francos y saldrás de aquí. Te recomiendo que vayas a buscar trabajo a la capital, hay una gran demanda de criados. Te quiero fuera de esta casa en dos horas como tarde. Puede que las RCO regresen y para entonces quiero que ya te hayas marchado, ¿entendido?
- Sí, señor – respondió con resignación.
- ¿A qué esperas? – Hans se levantó y se fue a su habitación.

John aprovechó y se fue a la suya. Abrió la libreta. Estuvo un largo tiempo mirando la página en blanco. Finalmente se decidió a escribir:


<<>>

Hans irrumpió en la habitación, habiendo llamado previamente y le dijo a John:

- Me voy señor, espero que le vaya bien.
- Igualmente, Hans. Muchas gracias por todo el servicio prestado. Adiós.
- Adiós, señor – se quedó un momento inmóvil con la mirada fija en el suelo hasta que se decidió y se fue tras de sí dejando tres años de recuerdos más bien nostálgicos.

Nada más salir Hans de la casa, entró Jacqueline Cuaresma haciendo, como era habitual en ella, el menor ruido posible. Fue a la habitación de John y le puso la boca en la nuca. Mientras John se giraba dijo:

- ¿Aún sigues aquí, Hans? – cuando descubrió la figura de la arpía dio un salto y reculó – ¿Qué quieres? ¿Me vas a decapitar a mí también?
- Pues si no vamos a hacer cosas bonitas, me temo que sí – y enseñando una espada ligera prosiguió – Queda en tu elección y creo que no es la primera vez que te hago esta pregunta, chico. ¿Quieres perder la cabeza?
- Si es por ella, sí.

Jacqueline Cuaresma negó con la cabeza y en un movimiento rápido y fugaz le pegó fuertemente en la sien con la base de la espada, dejándolo inconsciente.

“Tú lo has querido y así ha sido.
Ahora sólo me queda decirte
que si la ves otra vez
no tendrás que cumplir ninguna ley.
Esta vez ya está todo dicho.”

John abrió los ojos. Estaba sobre el suelo de un habitáculo oscuro y sucio. Olía a heces por todas partes y, sin embargo, notaba un aroma que le suscitaba en la cabeza. Cuando sus pupilas se dilataron lo suficiente pudo distinguir una sombra a su lado. La empezó a tocar con las manos para asegurarse de que no era producto de su imaginación.

-¿Mary? ¿Eres tú, cariño? – balbuceó con una voz que desconocía, sin embargo era la suya – Contesta, por favor, contesta.

La sombra empezó a despertarse muy pausadamente.

- ¡Mary! ¡Despierta, despierta! – le gritó. Se percató John de una brecha que tenía Mary en la frente – ¿Qué te han hecho esos canallas?

Mary se le quedó mirando un momento y murmuró algo ininteligible que John no pudo comprender. Sin embargo, la abrazó muy fuerte hasta que una voz desde fuera de la celda le dijo a John:

- Señor Heath, es usted desde ahora el preso nº 1331. Me tiene que acompañar a la sala del “Olvido”. En seguida estará aquí de vuelta – el guardia, al que no se le veía la cara por la ausencia de la luz en aquel lúgubre escenario, abrió la puerta – salga inmediatamente de la celda.

John se lo pensó un momento. No pudo salir por su voluntad. De inmediato aparecieron otros dos guardias que lo cogieron de los brazos, le pusieron una bolsa de cuero negro en la cabeza y lo llevaron a la fuerza hasta una sala en la que había tanta luz que molestaba las retinas de los ojos de John. Estaba sentado e inmovilizado por correas de seguridad. Se abrió una puerta que quedaba a su izquierda. Entró un hombre vestido de marrón oscuro, con una bata y un maletín. Dejó el maletín en una mesa, lo abrió, sacó una especie de cuchillo diminuto y lo apartó. Se quitó la máscara que llevaba. Era el Juez nº 22, Monsieur Lebeau.

- Buenos días, señor Heath.
- Mal nacido – pudo articular a pesar de lo drogado que estaba.
- Le di una oportunidad para que siguieras con tu trabajo sin molestar a nadie. Incluso te sugerí temáticas novedosas como la invención esa de la guerrilla terrorista. He de admitir que Mary se comportó muy bien y que por eso quizá conserve la vida, mas no la cabeza.
- ¿Que me diste una oportunidad? – John no podía creerlo.
- Mire señor Heath, Mary ha estado prisionera para que usted puediera seguir escribiendo poesía, ¿no es cierto que algunos poetas, como es su caso, escriben mucho mejor si no tienen a su musa de inspiración cerca, incluso escriben mejor si no saben dónde está? – sin dejarle contestar siguió - Al parecer, su esposa era lo único que le inspiraba, y de forma más bien dudosa, por cierto. Sus versos no fueron lo mismo desde que se casó con ella. De manera que pensamos que si ella desaparecía para siempre usted escribiría sobre otros temas, de mayor interés general, obviamente. Han pasado ya tres años, como usted muy bien sabe, y no hemos notado ninguna mejora en su escritura. Por eso que la secuestrásemos. Como no ha sido capaz de escribir nada mejor que lo que le escribió por primera vez a Mary, me veo en la obligación, no –rectificó- tengo el deber moral de pagarle con la misma moneda con la que hemos pagado a su amada. Así, al menos, permanecerán juntos. No me dé las gracias, estaba todo premeditado – cogió una ampolla de cristal y derramó un poco de líquido sobre una toalla.
- Las nubes ocultaron el cielo, la noche ofuscó la luz del Sol, y el Tiempo perdió el candado. Por más que buscó y lloró no logró encontrar el crepúsculo dorado. Al fin se hizo la inmensa oscuridad. Mi alma voló por la libertad, cruzó los bosques y llegó al mar. La dulce llave que robó su amor, al fin y al menos se desintegro. Ya sentía la luz en su interior y pudo observar el amanecer sin temor.
- Sigue igual, señor Heath. ¿No sabe que es precisamente por esa obsesión suya por la que se encuentra en esta terrible situación?
- …y pudo observar el amanecer sin temor – repetía para sí mismo.
- Bueno, ya veo que no me escucha. Dulces sueños, señor Heath, espero que en el infierno componga mejores rimas que las que ha creado aquí – le puso la toalla en la cara a John y perdió el conocimiento. Esta vez John no soñó con ninguna voz.
Y así, los dos enamorados, en un intento vano de huir de las zarpas del sistema omnipotente y omnipresente, siguieron juntos por el resto de los días. Pero ya no se acariciaban ni se besaban, ni siquiera se miraban, pues no sabían cómo hacerlo. Poco o nada les importó esto durante sus últimas lunas, porque a pesar de que en la celda nunca tuvieron conciencia de quien era el otro, todas las noches se abrazaban fuertemente imbuidos por un instinto animal que nadie fue capaz de erradicar y que se basaba en el principio básico de la búsqueda de calor humano. Respecto a la cabra, seguía en la duna a la espera de algo que lo sacara de allí, de igual manera que su dueño se encontraba en la prisión, sin esperanza alguna."

lunes, 7 de abril de 2008

Mazarino también lo tenía

burren modo "DCD"

Debido a la enorme repercusión que mis relatos están ocasionando a mis dos amigos y a todos los ciudadanos peruanos de Lambayeque, la siguiente entrega tratará un hecho real con nombres totalmente existentes, aunque me invente la mayoría de las cosas. Hela aquí:

"-¿Con patatas o sin patatas? – pregunté mecánicamente como a cada cliente.
-No, sólo el bocadillo. Bebida tampoco. Bueno… va, sí: coca-cola – me respondió el primer cliente del día.

Apenas hacía cinco minutos que habíamos abierto la encargada, Quini, y yo y, además, era domingo. Sin embargo el cliente tempranero parecía que todavía estaba de fiesta. Dos amigos suyos le esperaban fuera. Uno de ellos adelantó un pie, se abrió la puerta automática automáticamente y le gritó a su colega:

-¡Va!
-¡Ya voy, hombre, ya voy! – le contestó.
-Serán cinco euros con cincuenta – le dije rápidamente.
-Ten – me dio un billete de diez. Le di el cambió y las gracias y se fue. Lo primero que hicieron sus amigos fue robarle un bocado.

Estuvimos hasta las doce del mediodía sin hacer nada: tres horas sin hacer nada. Bueno, ayudé a una viejecita muy coqueta que me preguntó por la calle Cirilo Amorós y atendí a un conductor de autobuses que se pidió un menú completo a las doce en punto. Éste último cogió el periódico €MV (€stupefacientes Malignos Valencianos) y se fue a una mesa, apartado de la barra. Cuando se sentó, entró en el bar una familia de católicos mochileros compuesta por: la abuela materna, la madre (embarazada), el padre y cinco nanos. El mayor tendría unos ocho años. El pequeño, aún bebé, iba en brazos de la abuela. El padre conducía el rebaño. Vino Quini. Me dijo que lo sentía pero que se tenía que ir corriendo por una urgencia familiar. Atendí con mi mejor sonrisa:

-Hola, ¿qué desean?
-¡A ver, silencio niños! ¡Quien no guarde cinco minutos de silencio es un pituétano! – al decir esto todos los niños hincharon sus bocas de aire en señal de que no podrían hablar, excepto el bebé, que ni se inmutó y el pequeño, que miró extrañado a la madre y le preguntó:
-¿Qué es un pituétano?
-Una palabra horrible, Juan – le contestó la madre mientras le negaba con la cabeza. Se giró hacia el padre - ¿Ves como luego repiten los insultos, Mateo?
-Si pituétano… bueno que la chica esta nos está atendiendo – refiriéndose a mí – Buenos días, mire pónganos siete bocadillos de jamón, lechuga y queso, por favor.
-¿Con patatas?
-No, gracias.
-¿Qué van a beber? – pregunté.
-Agua.
-Muy bien, ¿algo más?
-Nada más.
-Serán treinta y cuatro euros – me dio uno de cincuenta. Se acomodaron cerca de la barra. Les serví la comida y me dieron las gracias.

En ese momento entró un hombre de unos cincuenta años, tez curtida, pelo canoso, normal de estatura, ni gordo ni flaco. Su mirada parecía perdida y hablaba consigo mismo, a voces y con palabras realmente malsonantes. Nada de pituétanos, rayos o centellas. Mientras se dirigía hacía la barra a paso normal decía casi desgarrándose las cuerdas vocales:

-¡Qué asco de sitios nuevos llenos de mierda, joder! – el conductor se sobresaltó y se le cayó el periódico. Miró al perturbado en cuestión, que pasó por enfrente de la familia católica. Éstos lo miraron muy quietos, menos la abuela, que seguía comiendo como si nada. El perturbado estaba llegando a la barra. Me miró y luego miró hacia el suelo – ¡Encima al subnormal se le cae el periódico de mierda! ¡¿En qué puto país vivimos joder cuántos hijos puede parir una zorra, qué cerdos de mierda?!
La madre de la familia le dijo a su marido en voz baja muy disgustada:

-Dios mío, eso es un demonio – y le ordenó a los niños que rápidamente se taparan los oídos.

Los padres guardaron silencio sosteniendo las orejas de sus hijos bien herméticas, que no se colara ni un solo ataque sonoro.

-Hola buenos días, ¿qué desea tomar? – le pregunté algo asustada. Entraron dos chicas y un chico jóvenes y muy guapos todos. El "pertur" me contestó:
-¿Hola buenos días qué desea tomar? ¡Una mierda de coca-cola de mierda joder y otro asqueroso y endiablado periódico de los cojones! – él mismo lo cogió a su gusto, el ADN (Asociación Dignificante Necrófaga).
-Uno cincuenta – dije.
-Uno cincuenta, uno cincuenta… ¡Toma la puta mierda del dinero joder, que la sociedad ya le chupa tanto el culo al puto dinero de mierda! ¡Uno cincuenta de mierda! – los jóvenes llegaron a la barra, que habían oído los gritos y lo miraban con una mezcla de jocosidad e intriga.
-¿Quiere algo más? – le pregunté.
-No – contestó – Bueno sí: ¡Cagarme en Dios y en la puta virgen y los santos y todo el aparato de mierda cristiano que me tienen hasta los cojones con toda la mierda!

Miré a los jóvenes, me devolvieron la mirada consolándome repentinamente. Tampoco lo podían creer pero ahí estábamos, atónitos. Los niños seguían con los oídos tapados sin poder comer, y miraban sus bocadillos con una mueca de tristeza contenida. El "pertur" se sentó en una mesa al lado de la barra y al mismo tiempo que leía el periódico, lo comentaba con su gran técnica comunicativa:

-¡Mierda de ciudad de la puta Rita y el gilipollas del Zapater subnormal…
-¿Qué desean? – les pregunté a los jóvenes.
-Un zumo de naranja – me respondió el chico.
-… del país de mierda, que va de comunista…
- ¿Vosotras? – les pregunté a ellas.
- Nada, gracias – respondió la de la derecha.
- No, nada – la de la izquierda – Gracias.
-… va de comunista y no llega ni a subnormal! ¡Que yo soy de Barcelona, joder! ¡Y mi padre un puto fascista asesino hijo de puta! ¡Que me saco la licencia de armas y vuelvo aquí!
-Dios mío de mi vida – murmuró la madre.

La abuela ya había acabado su bocadillo y se ocupaba por partir trocitos de bocadillo e ir metiéndoselos en las bocas a sus nietos, para que poco a poco fueran comiendo.

-Será uno con cuarenta – le dije sirviéndole el vaso. Me dio el dinero, cogió el vaso y se fueron hacia atrás, hasta el conductor. Cuando pasaron por delante de "pertur", dijo:
-Las jóvenes de hoy en día que también van de comunistas y luego son todas unas guarras! ¡Guarras! ¡Y el puerco también ese de mierda, joder!

Los chicos se sentaron, se bebieron el zumo rápidamente y se fueron. "Pertur" no paraba de gritar y me estaba empezando a no importar lo nerviosa que me encontraba. Me armé de valor y le dije muy tranquilamente mirándole fijamente a los ojos:

-Como vuelvas a abrir la boca te reviento la cabeza a hostias, cabrón.

Silencio sepulcral. Todos los que estaban en el bar se giraron hacia mí mirándome con la boca un poco abierta.

-Será zorra la tía esta que cree que puede darme órdenes… - su tono bajó considerablemente pero le interrumpí:

-Bébete la coca-cola y desaparece, es la última vez que te lo digo grandísimo hijo de la gran puta.

Otra vez silencio. Se levantó, pasó sus dedos pulgar e índice por los labios en señal de que se callaría y, mirando fijamente el suelo, echó a caminar. Cuando estaba a la altura del conductor, que fumaba un cigarro contemplando el espectáculo, le grité:

-¡Eh! ¡Tú! ¡La bandeja se recoge!

Se quedó quieto cuatro segundos, dio media vuelta, recogió la bandeja y se dirigió a la salida de nuevo. Cuando se abrió la puerta, se giró y me dijo con voz calmada:
-Hueles mal, dependienta hija de puta – hice ademán de ir a por él pero se percató y salió corriendo mientras gritaba.

Esta anécdota me sucedió hace cuatro años, en dos mil ocho. Más tarde me enteré por la tele de que lo que ocurría y sigue ocurriendo a ese hombre era un trastorno neurológico llamado ST (Síndrome de Tourette) que consiste en tics nerviosos involuntarios que a veces actúan sobre las cuerdas vocales.


Pero la anécdota no es ésta. La anécdota es que el señor que un día entró en "mi" bar insultando a todo el mundo se llama Aurelio Pardo Ratón y es el actual gobernador de la generalitat valenciana. No me pierdo ninguno de sus mítines."

miércoles, 26 de marzo de 2008

Escueta historia de Jack

burren modo "tiller"

Este relato es totalmente ficticio. No quiero herir la sensibilidad de ninguna persona. De políticos, tampoco. Por ello este relato puede cambiar de muchas personas la manera de pensar y aún sin saber si será para bien o para mal, lo escribiré rápidamente, sin más:

"Ayer miércoles me sorprendió recibir una llamada teléfonica del alcalde de Gandia, el senyor Orégano, sobretodo tratándose de día festivo. Me citó en la casa de su tía la Pepa, en Piles. Me comentó que era urgente, muy urgente. Pensé que posiblemente había bebido otra vez las botellas de debajo del fregadero pero no fue así:

-Jack, és importantíssim que vingues ja. Tinc una cosa molt important a dir-te.
-Bebe leche y se te pasará. Ahora llamo al médico.
-Que huí no és això. Mira que tinc els collons encessos en flames.
-¿Tan grave es, mira que son las once "post meridian" y ya tengo el pijama y las gafas de pasta puestas - le contesté intentando escabullirme.
-Si, molt greu molt greu molt greu molt greu. Ja hauries d'estar açí. Va, hòsties! - y colgó.

Fui al baño y me puse las lentillas de casi medio metro de grosor. Me las había quitado hacía dos horas: los ojos se me pusieron muy rojos. Cuando me hube vestido, le di un beso a mi mujer querida y salí cogiendo las llaves del coche de la entrada. Puse la radio de camino a Piles, cambié de emisora tres veces hasta llegar a la buena:

"... así sabrán todo acerca de Jesús y el camino a seguir........ y Gasol, detenido por conducir bajo los efectos de la heroína, comparecerá....... ¡Radio-safor! Tano només n'hi ha ......... el senyor Turrón, de la opossició, acudirà com a testig de l'assassinat que la seva dona va perpetrar al seu gos mentre ell mirava, estupefacte."

Eso es lo que me gusta, saberlo todo acerca del líder de la oposición para utlizarlo a nuestro favor. Y, Turrón, como no es mendrugo, se las iba a comer todas el día del debate, el gran lunes que viene. Yo me encargaría, por supuesto, de redactar todas las intervenciones del senyor Orégano. Pensando en ello llegué a la casa de la tia Pepa. Fui a llamar a la puerta pero estaba entreabierta. Saqué mi pistola Desert Eagle y apunté al frente. Anduve muy cauto hasta que llegué al comedor. Allí estaba Orégano, en el sofá, de espaldas a mí.

-Has tardado muy poco en llegar - cambiaba de idioma conmigo según hablase de tema personal o no. En este caso lo era.
-No había tráfico, las horas que son - dije mientras enfundaba mi cañón.
-Ven aquí siéntate, siéntate, ¿quieres beber algo?
-Sí - pensé que la charla duraría un rato y la amenicé. Me levanté, fui hasta el mueble-bar y me serví un bourbon. A Orégano le hice un carajillo de cazalla y se lo bebió de trago- Tranquil, home. Verás como al final toca llamar al médico.
-No padezcas por mí.

Se produjo un breve silencio hasta que lo rompí:

-¿Para qué me has llamado?
-Tengo que decirte una cosa.
-Adelante.

Le hice una "palomita" (cazalla y agua), tomó un trago, dejó el vaso en la mesa, me miró a los ojos y me dijo:

-¿Hace cuánto tiempo nos conocemos?
-Cinco años se cumplen en agosto.
-Cinc anys, cinc anys… ai, mare meua… Cómo pasa el tiempo, Jack.

Bebí un buen trago de mi vaso. Él miraba entre sus piernas sin ver nada, como recordando momentos.

-¿Recuerdas cuándo le conté a Turrón el chiste de su madre? Jajajajaja.
-Sí lo recuerdo, sí. Qué cara se le puso…
-Més roja que la regla de ma mare, jajajajaja. Quan encara en tenia, clar està.

Ya se le había subido el alcohol a la cabeza. Yo también me notaba algo denso.

-Tinc que dir-te una coseta, no pots negar-te però.
-Bueno…- le contesté sabiendo que él no tenía razón alguna para decirme eso.

Bebió el último trago y me dijo que entrase otra vez en la casa, que tenía una sorpresa. El simple hecho de pedírmelo ya me sorprendió. Le obedecí y, cuando estaba a sus espaldas de nuevo, se giró y…




Ahora estoy en otro continente trabajando: América del Sur, en Chile."

Arrancando motores...

burren modo "joder, qué ascazo"

Me monto al ferrocarril de los blogs en mitad de la segunda semana de las vacaciones que tenemos todos los que las tenemos. A aquellos que tuvieron solamente la semana anterior, mi más sincero pésame. Mas como no disfruto con las tristezas, y menos con las ajenas, comenzaré relatando una historia que barrunta por las paredes de mis hemisferios al caer mi cuerpo sobre la cama en la que duermo desde hace bastante tiempo. Carece de título, por lo que si se os ocurriera alguno, queridos y escasos lectores, más queridos que escasos, no dudéis en comentármelo. Comienza así pues:

"Xarli y Jon brindan con dos chupitos de alcohol. Con las manos en el aire, Xarli dice:

-Por las antiguas amistades.
-Por las antiguas amistades - repite Jon.

Después de bebérselos, Jon se enjuaga la boca con el tercio de cerveza que sostiene en la mano izquierda. Xarli muerde un trozo de limón, lo escupe, traga, se limpia los labios con la manga de la camisa, escupe de nuevo y con los ojos inyectados en sangre le dice a Jon:

-Después del tequila viene la sal.
-Prefiero la rubia.
-La cerveza es para las nenas. Para las nenas rubias - Xarli se echa a reír.
-¿Tengo pinta de nena rubia? - pregunta Jon mientras le coge fuertemente los huevos.
-¡No! ¡Joder! - se suelta y se coge con ambas manos la parte dolida

Jon sonríe, saca un cigarrillo y lo enciende.

-¡Me has hecho daño, animal! - se queja Xarli.
- ¿Que te he hecho qué, nena? ¿Nena rubia? - Jon se queda mirándole fijamente.
- Joder...
-Ni joder ni hostias - Jon le pega otro trago a la cerveza- ¿Tú sabes lo que es hacer daño? ¿Tú sabes que es sufrir un daño? ¿Tú sabes lo que es sufir ese daño en tus propias carnes? - la boca de Jon roza la nariz de Xarli quien, aterrado, contesta con voz aguda:
-No.

Jon se relaja, coge su cerveza y dice:
-Si te portas bien te contaré lo que me pasó el jueves anterior. ¿Te vas a portar bien?
Xarli asiente, se acerca y pide una cerveza en la barra. Se la traen y le pega un trago.
-El jueves pasado quedé aquí con Fresa.-¿Fresa? ¿Qué Fresa? - pregunta Xarli.
-Fresa, el hermano de Frambuesa, con el que hemos quedado esta noche, mendrugo - contesta Jon abriendo mucho los ojos.
-Ah, sí.
-Pues quedé con Fresa, tomamos unas pintas en la hora feliz, Fresa le dió un beso en los labios a la camarera, le di sus diez pavos, meamos, hablamos, jugamos al "Hijoputa", etcétera. ¿Te lo imaginas, no? - pregunta dejando ver con su brazo toda la gente del bar.
-Como la vida misma - Xarli sonríe.
-Pues cuando empezamos a jugar al billar...
-Espera Jon, no dijiste que jugarais al billar - interrumpe Xarli.
-¿Qué? - pregunta Jon desconcertado.
-Que no habías dicho nada acerca de jugar al billar.
-¿Qué no había dicho nada acerca de jugar al billar...? ¡Pues lo digo ahora joder! ¡Jugamos al billar! - contesta airadamente.
-¿Después de beber y de besar a la camarera y de que le dieses los diez euros...?
-¡Sí, joder, después!
-De acuerdo, Jon, tranquilo.
-¿Puedo seguir?
-Por mí sí.

Jon se le queda mirando con el ceño fruncido. Fuma y sigue:

-¿Por dónde iba? - pregunta.
-El billar - contesta Xarli.
-Sí. Cuando ya llevábamos dos partidas, ganadas por mí, y él me había devuelto mis diez pavos, se nos acercó un hombre que decía que conocía a Fresa. Fresa dudaba, pensaba que podría haberlo conocido algún día yendo borracho. El tipo se llamaba Morgan, era un tipo gracioso: vestía con tejanos, camisa de hawaiano y un sombrero similar al de Cocodrilo Dundee. ¿Sabes quién es Cocodrilo Dundee, Xarli?
-Claro que lo sé.
-A ver, ¿quién? - pregunta Jon con sarcasmo.
-Era Paul Hogan quien hacía de ese personaje, el tío rubio y alto, con facciones de tipo de duro.
-Muy bien Xarli. A veces me sorprendes. Pues bien, ese tipo, Morgan, empezó a abrazarle diciendo que "le parecía muy fuerte que no se acordase" y cosas por el estilo. Total, que Morgan se apuntó a la partida. Cuando ya íbamos totalmente cocidos a Morgan le pegaron una bofetada por arrimar la cebolleta de igual manera que aquel compañero uruguayo que venía a clase. ¿Te acuerdas?
-Sí, sí... ¿pero quién le abofeteó?
-Una mujer a la que le apretó todo el culo. Se lo tuvo merecido - Jon se queda mirando al infinito con una sonrisa que se le borra poco a poco. Apaga el cigarrillo - Después de eso Morgan sugirió ir a un burdel a "cubrir nuestras necesidades básicas" dijo. Aceptamos. -bebe un trago- Condujo Fresa y recuerdo que el local estaba saliendo de Las Higueras por la salida de Cántaros. Pues bien, a unos doce o trece kilómetros de la salida nos metimos por un camino de tierra en el que jamás había estado. Despúes, a la izquierda por otro vericueto más angosto. Al final llegamos. Increíble. Una casa enorme y muy antigua con velas y rejas en las ventanas y en la puerta, de roble macizo, de unos cuatro metros de alta. Morgan golpeó tres veces a la puerta y abrió un señor mayor con barba y pelo blanco vestido con frac. Llevaba una vela en la mano izquierda y guantes del mismo color que la barba en ambas. También llevaba unas gafas graduadas, pero yo creo que veía bien porque miraba por encima del cristal quedándole las gafas muy agachadas en su nariz.
-¿Como el profesor ese que tuvimos que enseñaba a gritos? - preguntó Xarli.
-Igual, pero risueño - Fresa dijo que quería ver a las chicas y el señor se rió y nos dijo:

"-Síganme - y echó a caminar. Entramos los tres, la puerta se cerró automáticamente - Mi nombre es Frank, si necesitan alguna cosa no duden en decir mi nombre en voz alta. No veo muy bien, pero oigo perfectamente - llegamos a una habitación con la puerta roja, la abrió y se despidió - Que lo pasen bien, caballeros."

-¿Qué había dentro? - preguntó nervioso Xarli.
-Aquello era una habitación gigante, llena de mujeres perfectas medio desnudas bailando, bebiendo y coqueteando con todos los clientes. Todos los hombres vestían traje y corbata por lo que pensé que si no pagábamos por adelantado era porque se fiaban de los clientes que iban. Se nos acercaron tres damas: una rubia, una morena y una pelirroja. Fresa se fue con la pelirroja a un sofá: las pelirrojas son su debilidad. Ella le dió una copa y comenzó a besarle por la cara y el cuello. Mientras les miraba la morena puso su mano derecha en mi pecho, me ofreció una copa con la izquierda y me tumbó en una cama que estaba al lado. Morgan supongo se fue con la rubia. Mientras estaba bebiendo Vodka vi como a un tipo con traje y corbata sin pantalones lo metían en una especie de ataúd mientras tres mujeres le besaban. Luego cerraron la puerta, accionaron una palanca que quedaba a la izquierda del ataúd, y éste se metió dentro de la pared por un conducto, imagino, secreto. El tipo desapareció. En plena orgía se abrió una puerta verde que quedaba en lo alto de unas escaleras situadas enfrente de la puerta de entrada a la habitación. Entonces bajó Ella. Una mujer vestida con camisón, el pelo largo y negro, una cara preciosa y unos ojos a los que si mirabas no podías apartar la vista del bienestar que sentías. Espectacular. Caminó lentamente hacia Fresa, que dejó por un momento de enrollarse con la pelirroja y la miraba embobado. Ella le hizo un gesto para que se levantara. Él la obedeció. Ella se le acercó a darle un besó, lo cogió por la nuca y le mordió toda la garganta dejando salir un chorro de sangre.
-¿Qué dices, tío? No digas tonterías y cuéntame lo que pasó - dijo Xarli molesto.
-Te lo contaré a mi manera -bebe el último trago de su cerveza- Cuando Ella le mordió, todo el mundo calló. Y cuando cayó el cuerpo de Fresa y Ella ya se hubo marchado a su habitación, todas las chicas empezaron a gritar y a poner unas caras muy raras. La morenaza que tenía encima me había empezado a arañar el pecho, me enseñó los colmillos la muy cerda y me puso ojos de psicópata. Le estampé la copa de vodka en la cara, se rompió, me levanté apurado y observé cómo estaban matando a todos los tipos, incluído Morgan, que gritaba:

"-¡A mí no, a mí no! ¡Yo os he traído cena...! ¡Aaaaahh! - y ya no habló más en toda la noche."

-¿Y cómo se llamaba ese lugar? - preguntó Xarli con gran ironía - ¿La Teta Enroscada, estaba Quentin Tarantino?
-¿Quieres que te parta la cara, subnormal? -desafió Jon.
-No es creíble, Jon, joder.
-¡Te lo cuento a mi manera, joder! ¡Te lo cuento a mi jodida manera, joder!
-¿Queréis otra cerveza, chicos? - interrumpe la conversación la camarera.

Se le quedan mirando los dos y Xarli dice que sí, que vale.

-Sí. Vale - la camarera se va- te invito, pero no me cuentes historias, si me lo vas a contar con tus imaginaciones mejor no lo hagas tío, cíñete a las tías, cíñete a las tías.
-Me has llenado los cojones definitivamente. Te lo contaré lo más deprisa que pueda y así te darán por el culo antes.
-De acuerdo, conforme.
-Me fui corriendo hacia el ataúd, accioné la palanca y me metí dentro. Me deslicé hasta una habitación en la que estaba Ella, que me recibió. Yo estaba acojonado pero me ofreció un trato:

"-Ya que tus amigos han muerto, te doy la posibilidad de que me des un poco de tu sangre y que me traigas carne fresca cada semana. A cambio, te dejo vivir y te regalaré el coche que quieras del parking. Ya no tienen dueños - y se echó a reír- Bueno, ¿qué dices?
-Acepto - ni lo dudé, y le ofrecí mi cuello.
-No, eso no. Ten - me dio una copa vacía y una jeringuilla. Me saqué sangre, se la puse en la copa y la probó. Pensó durante unos momentos - Me gusta. Entonces, ¿trato hecho?
-Trato hecho - confirmé.
-Perfecto - y me pegó una hostia con el brazo que me tiró contra el ventanal, lo rompí y fui a caer a la capota de un Lamborgini Diablo amarillo. Se me hizo trizas la espalda y Ella, desde su habitación, me gritó- ¡Te he tirado porque mis niñas son unas harpías, no te mezcles con ellas y todo saldrá bien, no como con Morgan! ¡¿Entendido, chico?!
-¡Entendido!
-¡Por cierto, ¿cómo te llamas?!
-¡Jon!
-¡Hasta el jueves que viene, Jon! - y se metió adentro."

-Después de eso, cogí un Ferrari Testarrosa rojo y aquí estoy. Fin, capullo.
Xarli se echa a reír a carcajada suelta.
-¿Tienes un Ferrari Testarrosa? Jajajajajajajaja. ¿Rojo? Jajajajaja.
-Que te den - dice Jon mientras saca el móvil. Mientras Xarli sigue riendo, Jon habla por teléfono y cuelga.
-¿Quién era? ¿Qué dice? - pregunta Xarli.
-Fresa, que no viene. Mierda, y ya son las tres y media de la madrugada.
-¿Nos vamos de putas?- y se echa a reír de nuevo.
-¿Quieres que te lleve al local de las tías? - pregunta desafiante Jon.
-Va, listo, y así lo veo yo también. Jeje.

Xarli deja un billete sobre la mesa, se levantan, se ponen las chupas de cuero y abandonan el bar. Cuando salen, Jon se detiene frente a un Ferrari Testarrosa rojo como el de la foto. Aprieta un botón en su llave y se abre. Xarli lo mira con la boca abierta y dice:

-Hijo de puta…