lunes, 12 de mayo de 2008

Muchos robles por aquí

burren modo "campillo"

En una tierra lejana, entre la antigua Yugoslavia y la parte más al este de Italia, nacieron dos estados sin fronteras hace más de cinco milenios. Estaban unidos entre sí y, sin embargo, eran opuestos. Su existencia pasó inadvertida por la mayoría de la población humana. Estos dos estados se llamaban Jauja y Babia.
En el primero no había gente que no parara de bailar y reír. En cambio, la gente acudía a Babia cuando ya no podían bailar ni reír más. Iban pues, a descansar. Sin embargo la existencia de estos dos estados separados y unidos, no duró más de cinco días, a lo sumo, con sus cuatro noches. Se complementaban opuestamente el uno al otro inclusive en el clima: en Babia los días eran calurosamente sofocantes, nunca anochecía. El sol radiante impregnaba con sus rayos rojos anaranjados amarillamente todo el paisaje del estado. La tierra seca se secaba más todavía. Los animales buscaban a la desesperada agua con la que poder paliar el bochorno corporal masivo. Pero no había suficiente líquido elemento para todos ellos. Lo que sí había eran colas. Colas de muchedumbre expectante. Unas colas tremendas en las que la piel de la gente se tostaba pasando por la quemazón inicial y el posterior cambio de piel similar al de las serpientes.
En Babia jamás anochecía y el calor era el amo y señor que regentaba el superpoblado estado. Pero si una cosa buena tiene el calor es que produce sueño. Al menos en Babia, el calor produce mucho sueño. Sus habitantes nómadas la visitaban principalmente para dormir. En cambio, Jauja se distanciaba metafísicamente del aspecto de su hermano siamés, geográficamente hablando, en casi todo excepto en las colas. Había colas por doquier y en cualquier dirección. Por lo demás, como el Jing y el Jang. Polos opuestos. Blanco y negro. Maniqueísmo en estado puro. Y anarquía. La gente bailaba, reía a carcajadas, lloraba, bebía, corría, saltaba, fumaba, se apasionaba, se agitaba, se besaba, no paraba. Y es que esa la única ley del país gobernado por esta anarquía pasajera: no estarse quieto nunca jamás. De lo contrario, una ambulancia fletada por un pacto de colaboración entre Jauja y Babia transportaba a los ciudadanos de un estado a otro. Y viceversa. Las personas que se agitaban mucho en Babia eran llevados rápidamente a Jauja para respetar la otra única norma, esta vez de Babia: como habréis imaginado, allí no se podía armar escándalo, hecho que algunos quisieron ver relativo y que manifestaron ese agravio relativista gritando cosas como “¡cuerda!” y similares expresiones, eso cuando no pegaban un grito ausente en cualquier diccionario. Esto es o, mejor dicho, fue, Jauja y Babia. Pero comenzaré la historia por el principio.


“Llegaron a Babia Willi, Barragán y Lolita en su carromato compartido. Era casi medianoche, sus seis compañeros (Andrea, Mohamed, Josep, Clara, Mara y Tana), les estaban esperando allí y ya tenían ganas de dejar los trastos en el campamento base establecido de una forma entre precaria y muy precaria para encaminar sus pasos hacia Jauja. Una vez montadas las cabañas comenzaron a beber y a disfrutar allí mismo, en zona babinícola, de las canciones que cantaban imbuidos por el placer en reposo de pensar lo bien que lo iban a pasar en Jauja:

Somos balleneros,
llevamos arpones,
mas como aquí en Babia no hay ballenas
cantamos canciones.


Mamá se llevó las pilas.
¡Qué caradura!
Mamá se llevó esas pilas
que tanto duran.

Estaban pasándoselo tan bien que se olvidaron por completo de respetar la única norma de Babia: no armar escándalo. De repente y por sorpresa apareció una diligencia blindada que derrapó al lado del campamento base y los caballos frenaron en seco. De él salieron policías vestidos entre guardabosques y antidisturbios con trabucos cargados de pólvora. Fueron tan rápidamente hacia ellos que no pudieron reaccionar. Los cogieron violentamente uno a uno tirándoles las copas al suelo y cogiendo las botellas para meterlas en bolsas. Con cuerdas fueron atándoles las manos y los subieron a la diligencia junto a las dos bolsas que cogieron del campamento. Atrás montaron dos policías, que apuntaban a los compañeros.

-¡En marcha! – gritó uno de los policías de atrás después de cerrar bien la puerta.

Durante el camino ningún compañero habló. El copiloto, en cambio, comenzó a hablarles desde fuera.

-A ver muchachos, ¿de dónde sois vosotros? – preguntó sin dejar de mirar el camino de tierra.

-De Ulán Bator, por lo menos.

-Por lo menos… perfecto. Pues os explico – el copiloto se puso fraternal con los compañeros – la norma es la misma en los dos países, pero al revés. En Babia no podéis hacer lo que estabais haciendo. En Babia se descansa. Y como mucho te mojas el pelo. Si queréis hablar alto o beber – se giró hacia ellos – como estabais haciendo, tenéis que ir a Jauja, que para eso está. ¿O es que os creéis que las cosas las hacemos sin pensar?

-No, no… – contestó Willi.

-Calla – le cortó el copiloto – ¿no ves que estoy hablando?

-Sí, sí… – dijo Willi.

-Que te calles, tonto. Como vuelvas a responderme te dejo aquí mismo y a la próxima te empapelo, chaval. ¿Lo has entendido? – silencio – Muy bien. Y vosotros, ¿lo habéis entendido? – silencio – Así me gusta. ¡So! – los caballos frenaron frente a una carpa llena de bandas de música atestada de gente sonriente.

Los policías de atrás los sacaron afuera y les cortaron las cuerdas de las manos. Les tiraron las bolsas al suelo. El copiloto les dijo desde su posición:
-Y cuidadito aquí con quedarse quieto, que ya ha pasado medio minuto desde que os han bajado y estáis ahí parados. ¡Cuerdaaaaa!



Los policías de atrás comenzaron a aporrearles hasta que cogieron las bolsas y se fueron dando saltos hacia una carpa donde sonaba música. Willi sangraba por la nariz cuando pararon, a las puertas de la carpa. Sacaron las bebidas de la bolsa, brindaron y cantaron:

Un barquito
lleno de pastelitos
caramelos y un bombón.

La historia de Nelson y su amigo al que tanto amaba.
Eran más amigos cuantos más años pasaban.

Allí se juntaron con más y más amigos, que bailaban, daban palmas, agitaban sus faldas o sus camisas, arrimaban cebolleta, dejaban arrimar cebolleta, otras no dejaban arrimar cebolleta y discutían mientras bailaban:

-Es que los tullidos no me van.

-Pero… ¿qué me ves de tullido, mujer?

-La cebolleta – dijo gritándole mientras señalaba su bragueta. Se echó a reír como una loca, hecho que aprovechó Willi para intentar arrimar su cebolleta, pero también le salió el tiro por la culata. Después de bailar un poco con ella tuvo que despedirse para infectar su cuerpo con ácidos ilegales. Le acompañaron al abrevadero Lolita y Barragán. Lolita accedió a ese ácido y Barragán negó rotundamente, pero mientras tanto se lió un pitillo aliñado con especias. Sonaba una pianola.

Tiempo después estaban de nuevo donde antes, pero se estaban embabiloniando un poco, de manera que Barragán le pidió a Willi un beso de amigo. Willi no quiso y Barragán se quedó triste. Lolita, que observaba el panorama, le dijo a Barragán poniéndole ojillos:

-A mí también me apetece un beso, ¿me das uno?

-¿Me lo das tú a mí? – preguntó Barragán.

Se formó una espiral de colores alrededor de los dos compañeros mientras los demás les observaban apurando las últimas gotas de sus vasos. La orquesta empezó a tocar un tema popular y todos comenzaron a dar palmas y a bailar: las mujeres y hombres que tenían falda las agitaban folclóricamente, los que no, gritaban cosas como “¡Ole! ¡Dale ahí, niña! ¡Cuerda!”.


Jo tenia un xiqueta,
Que li deien Melic.
Estava en la meua panxa,
açí, açí al mig.

Quan em menge una carxofa
Melic es possa molt feliç.
I es que ara és la hora
d’anar a fer pipí.

Tanto se enjaujaron esa noche que otra diligencia, esta vez de primeros auxilios, tuvo que llevarles de vuelta a Babia. Una vez allí, cada uno durmió con quien buenamente pudo buscando el calor humano en sus propios compañeros. Y así, descansaron, en el perpetuo calor del día babilonio.
Después de setenta y dos horas ora en Babia, ora en Jauja, las autoridades estatales decidieron dar por concluida la peregrinación epicúrea. Lo hicieron como era habitual en estos casos: primero, los antidisturbios tomaron los caminos de acceso al pueblo y fueron dirigiendo a la gente hacia las afueras. Cuando todos hubieron salido rociaron los árboles con un líquido especial ignífugo, y prendieron fuego por completo a los estados.
Todo, excepto los árboles, robles en su mayoría, se convirtió en polvo, y el polvo dio paso a los nuevos caminos que se formaron y que varían cada año. Por ello, cada vez es más difícil acceder a esta peregrinación masiva, sumando también que las fechas pertenecen a un calendario lunar diferente al nuestro. Aun con todo, yo estuve allí este año y no ha cambiado mucho de cómo lo cuentan los escasos nativos que guardan el terreno y que aquí les he relatado.

1 comentario:

Sergi T. dijo...

Nostálgico y ficticio recuerdo de unas tierras que nunca visitaste pero de las que estuviste muy cerca.