lunes, 7 de abril de 2008

Mazarino también lo tenía

burren modo "DCD"

Debido a la enorme repercusión que mis relatos están ocasionando a mis dos amigos y a todos los ciudadanos peruanos de Lambayeque, la siguiente entrega tratará un hecho real con nombres totalmente existentes, aunque me invente la mayoría de las cosas. Hela aquí:

"-¿Con patatas o sin patatas? – pregunté mecánicamente como a cada cliente.
-No, sólo el bocadillo. Bebida tampoco. Bueno… va, sí: coca-cola – me respondió el primer cliente del día.

Apenas hacía cinco minutos que habíamos abierto la encargada, Quini, y yo y, además, era domingo. Sin embargo el cliente tempranero parecía que todavía estaba de fiesta. Dos amigos suyos le esperaban fuera. Uno de ellos adelantó un pie, se abrió la puerta automática automáticamente y le gritó a su colega:

-¡Va!
-¡Ya voy, hombre, ya voy! – le contestó.
-Serán cinco euros con cincuenta – le dije rápidamente.
-Ten – me dio un billete de diez. Le di el cambió y las gracias y se fue. Lo primero que hicieron sus amigos fue robarle un bocado.

Estuvimos hasta las doce del mediodía sin hacer nada: tres horas sin hacer nada. Bueno, ayudé a una viejecita muy coqueta que me preguntó por la calle Cirilo Amorós y atendí a un conductor de autobuses que se pidió un menú completo a las doce en punto. Éste último cogió el periódico €MV (€stupefacientes Malignos Valencianos) y se fue a una mesa, apartado de la barra. Cuando se sentó, entró en el bar una familia de católicos mochileros compuesta por: la abuela materna, la madre (embarazada), el padre y cinco nanos. El mayor tendría unos ocho años. El pequeño, aún bebé, iba en brazos de la abuela. El padre conducía el rebaño. Vino Quini. Me dijo que lo sentía pero que se tenía que ir corriendo por una urgencia familiar. Atendí con mi mejor sonrisa:

-Hola, ¿qué desean?
-¡A ver, silencio niños! ¡Quien no guarde cinco minutos de silencio es un pituétano! – al decir esto todos los niños hincharon sus bocas de aire en señal de que no podrían hablar, excepto el bebé, que ni se inmutó y el pequeño, que miró extrañado a la madre y le preguntó:
-¿Qué es un pituétano?
-Una palabra horrible, Juan – le contestó la madre mientras le negaba con la cabeza. Se giró hacia el padre - ¿Ves como luego repiten los insultos, Mateo?
-Si pituétano… bueno que la chica esta nos está atendiendo – refiriéndose a mí – Buenos días, mire pónganos siete bocadillos de jamón, lechuga y queso, por favor.
-¿Con patatas?
-No, gracias.
-¿Qué van a beber? – pregunté.
-Agua.
-Muy bien, ¿algo más?
-Nada más.
-Serán treinta y cuatro euros – me dio uno de cincuenta. Se acomodaron cerca de la barra. Les serví la comida y me dieron las gracias.

En ese momento entró un hombre de unos cincuenta años, tez curtida, pelo canoso, normal de estatura, ni gordo ni flaco. Su mirada parecía perdida y hablaba consigo mismo, a voces y con palabras realmente malsonantes. Nada de pituétanos, rayos o centellas. Mientras se dirigía hacía la barra a paso normal decía casi desgarrándose las cuerdas vocales:

-¡Qué asco de sitios nuevos llenos de mierda, joder! – el conductor se sobresaltó y se le cayó el periódico. Miró al perturbado en cuestión, que pasó por enfrente de la familia católica. Éstos lo miraron muy quietos, menos la abuela, que seguía comiendo como si nada. El perturbado estaba llegando a la barra. Me miró y luego miró hacia el suelo – ¡Encima al subnormal se le cae el periódico de mierda! ¡¿En qué puto país vivimos joder cuántos hijos puede parir una zorra, qué cerdos de mierda?!
La madre de la familia le dijo a su marido en voz baja muy disgustada:

-Dios mío, eso es un demonio – y le ordenó a los niños que rápidamente se taparan los oídos.

Los padres guardaron silencio sosteniendo las orejas de sus hijos bien herméticas, que no se colara ni un solo ataque sonoro.

-Hola buenos días, ¿qué desea tomar? – le pregunté algo asustada. Entraron dos chicas y un chico jóvenes y muy guapos todos. El "pertur" me contestó:
-¿Hola buenos días qué desea tomar? ¡Una mierda de coca-cola de mierda joder y otro asqueroso y endiablado periódico de los cojones! – él mismo lo cogió a su gusto, el ADN (Asociación Dignificante Necrófaga).
-Uno cincuenta – dije.
-Uno cincuenta, uno cincuenta… ¡Toma la puta mierda del dinero joder, que la sociedad ya le chupa tanto el culo al puto dinero de mierda! ¡Uno cincuenta de mierda! – los jóvenes llegaron a la barra, que habían oído los gritos y lo miraban con una mezcla de jocosidad e intriga.
-¿Quiere algo más? – le pregunté.
-No – contestó – Bueno sí: ¡Cagarme en Dios y en la puta virgen y los santos y todo el aparato de mierda cristiano que me tienen hasta los cojones con toda la mierda!

Miré a los jóvenes, me devolvieron la mirada consolándome repentinamente. Tampoco lo podían creer pero ahí estábamos, atónitos. Los niños seguían con los oídos tapados sin poder comer, y miraban sus bocadillos con una mueca de tristeza contenida. El "pertur" se sentó en una mesa al lado de la barra y al mismo tiempo que leía el periódico, lo comentaba con su gran técnica comunicativa:

-¡Mierda de ciudad de la puta Rita y el gilipollas del Zapater subnormal…
-¿Qué desean? – les pregunté a los jóvenes.
-Un zumo de naranja – me respondió el chico.
-… del país de mierda, que va de comunista…
- ¿Vosotras? – les pregunté a ellas.
- Nada, gracias – respondió la de la derecha.
- No, nada – la de la izquierda – Gracias.
-… va de comunista y no llega ni a subnormal! ¡Que yo soy de Barcelona, joder! ¡Y mi padre un puto fascista asesino hijo de puta! ¡Que me saco la licencia de armas y vuelvo aquí!
-Dios mío de mi vida – murmuró la madre.

La abuela ya había acabado su bocadillo y se ocupaba por partir trocitos de bocadillo e ir metiéndoselos en las bocas a sus nietos, para que poco a poco fueran comiendo.

-Será uno con cuarenta – le dije sirviéndole el vaso. Me dio el dinero, cogió el vaso y se fueron hacia atrás, hasta el conductor. Cuando pasaron por delante de "pertur", dijo:
-Las jóvenes de hoy en día que también van de comunistas y luego son todas unas guarras! ¡Guarras! ¡Y el puerco también ese de mierda, joder!

Los chicos se sentaron, se bebieron el zumo rápidamente y se fueron. "Pertur" no paraba de gritar y me estaba empezando a no importar lo nerviosa que me encontraba. Me armé de valor y le dije muy tranquilamente mirándole fijamente a los ojos:

-Como vuelvas a abrir la boca te reviento la cabeza a hostias, cabrón.

Silencio sepulcral. Todos los que estaban en el bar se giraron hacia mí mirándome con la boca un poco abierta.

-Será zorra la tía esta que cree que puede darme órdenes… - su tono bajó considerablemente pero le interrumpí:

-Bébete la coca-cola y desaparece, es la última vez que te lo digo grandísimo hijo de la gran puta.

Otra vez silencio. Se levantó, pasó sus dedos pulgar e índice por los labios en señal de que se callaría y, mirando fijamente el suelo, echó a caminar. Cuando estaba a la altura del conductor, que fumaba un cigarro contemplando el espectáculo, le grité:

-¡Eh! ¡Tú! ¡La bandeja se recoge!

Se quedó quieto cuatro segundos, dio media vuelta, recogió la bandeja y se dirigió a la salida de nuevo. Cuando se abrió la puerta, se giró y me dijo con voz calmada:
-Hueles mal, dependienta hija de puta – hice ademán de ir a por él pero se percató y salió corriendo mientras gritaba.

Esta anécdota me sucedió hace cuatro años, en dos mil ocho. Más tarde me enteré por la tele de que lo que ocurría y sigue ocurriendo a ese hombre era un trastorno neurológico llamado ST (Síndrome de Tourette) que consiste en tics nerviosos involuntarios que a veces actúan sobre las cuerdas vocales.


Pero la anécdota no es ésta. La anécdota es que el señor que un día entró en "mi" bar insultando a todo el mundo se llama Aurelio Pardo Ratón y es el actual gobernador de la generalitat valenciana. No me pierdo ninguno de sus mítines."

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